Cuando
en
2021
Antonio
Banderas
hizo
una
gala
de
los
Goya
sobria
y
medida,
que
era
lo
que
uno
esperaba
de
un
año
marcado
por
el
Covid,
fue
aplaudido
a
diestro
y
siniestro.
Lo
que
nadie
esperaba
es
que
la
Academia
de
Cine
iba
a
entender
que,
a
partir
de
ese
momento,
todas
las
galas
tenían
que
carecer
de
dinamismo
y
debían
ser
una
sucesión
de
dramas
expuestos
de
manera
continua,
sin
ningún
momento
cómico
para
relajar
el
ambiente.
Que
se
ocupen
las
canciones
constantes
de
separar
los
bloques
de
premios.
¿El
resultado?
Está
a
la
vista:
un
ladrillo
de
tres
horas
y
media
repleto
de
errores
de
ritmo,
sin
paréntesis,
con
solo
un
par
de
momentos
para
el
recuerdo
y
una
sorpresa
final
que
impacta
por
la
novedad
pero
no
por
su
significado.
Así
han
sido
los
Goya
2025:
la
gala
más
larga
que
‘The
Brutalist’
que
podría
haberse
resumido
en
un
mail.
LAS
10
MEJORES
PELICULAS
DE
LA
DÉCADA
(2010-2019)
Buenas
noches,
bienvenidos,
hijos
del
sopor
Cuando,
en
pleno
2025,
una
gala
empieza
con ‘Bienvenidos’,
sabes
que
te
espera
un
festival
de
ranciedad.
No
es
que
la
mítica
canción
de
Miguel
Ríos
sea
mala,
ni
mucho
menos,
pero
no
olvidemos
que
tiene
ya
43
años
y
siguen
tratando
de
vendérnosla
como
la
epítome
de
lo
macarra.
En
tiempos
de
Ca7riel
y
Paco
Amoroso,
en
España
decidimos
empezar
con
un
mito
(algo
casposo
a
estas
alturas)
del
rock
a
pachas
entre
Luis
Tosar,
un
par
de
actores
revelación,
Amaral
y
Miguel
Ríos.
Y
este
número
inicial
dejaba
claras
muchas
cosas
sobre
el
devenir
de
la
gala.
La
primera,
que
ninguno
de
sus
realizadores
la
estaba
considerando
realmente
una
entrega
de
premios
de
cine:
esta
era
una
gala
de
variedades
al
estilo
de
Jose
Luis
Moreno,
donde
lo
mismo
Rigoberta
Bandini
aparecía
cantando
una
versión
de
Massiel
que
teníamos
un
vídeo
sobre
lo
bonito
que
es
Granada
o
una
arenga
política
tras
otra
que,
a
base
de
repetición,
han
dejado
de
impactar
muy
pronto.
El
cine,
ya
si
eso,
en
los
huecos
que
nos
deje
el
larguísimo
tema
de
Alejandro
Sanz.
La
gala
de
los
Goya
se
convirtió
por
momentos
en
los
Premios
40
Principales
en
un
show
que
no
tenía
claro
qué
quería
ser
en
ningún
momento.
Esta
indecisión
ha
cristalizado
en
lo
que
pudimos
ver:
una
gala
blanda,
aburrida,
sin
garra
ni
decisión.
Un
horror.
Y
parte
de
este
horror
viene
dado
por
sus
dos
presentadoras,
totalmente
perdidas
en
su
función.
Nadie
duda
de
la
calidad
interpretativa
de
Maribel
Verdú
y
Leonor
Watling,
pero
en
sus
escasísimas
apariciones
el
guion
era
tan
falto
de
humanidad
(siempre
con
intención
de
no
ofender,
de
acariciar,
de
querer,
de
hablar
de
cosas
importantes)
que
parecía
escrito
con
ChatGPT.
Probablemente
los
guionistas
tuvieran
ideas
buenísimas
que
les
cortaron
desde
la
Academia,
pero
el
resultado
final
es
una
mezcolanza
cuyas
escasas
bromas
ni
siquiera
se
entendían
(¿Watling
pidiendo
trabajo
a
Almodóvar?
¿Hablando
con
su
marido?
¿Diciéndole
a
Verdú
que
no
la
quiere
al
lado
mientras
se
muere?)
y
que
estaban
pronunciadas
con
el
desapego
de
quien
sabe
que,
en
el
fondo,
no
está
haciendo
un
buen
papel.
Es
una
pena,
pero
es
imposible
no
añorar
las
ediciones
de
Andreu
Buenafuente
y
Silvia
Abril,
Eva
Hache
o
incluso
los
Chanantes
y
Dani
Rovira.
¿Eran
perfectas?
No,
desde
luego,
pero
al
menos
se
centraban
en
el
cine,
se
arriesgaban
con
un
humor
necesario
en
una
gala
tan
larga
(funcionara
o
no)
e
improvisaban
con
lo
que
estaba
ocurriendo
en
el
escenario.
Los
Goya
de
2025
no
se
han
salido
del
guion
ni
un
instante,
como
un
presentador
novato
con
teleprompter.
Pero
no
lo
han
hecho
ni
las
dos
presentadoras
ni
ninguno
de
los
famosos
que
se
han
ido
paseando
por
el
escenario
para
decir
tres
palabras
(“Los
nominados
son”)
y
marcharse
tal
como
llegaron.
¿Qué
gracia
tiene
tener
a
las
mayores
figuras
de
nuestro
país
si
se
les
remarca
que
no
pueden
hablar,
improvisar
ni
dejar
de
mostrarse
hieráticos
y
aburridos?
Da
lo
mismo
que
te
llames
Omar
Montes
que
Miguel
Bernardeau:
tu
labor
va
a
ser
la
misma
que
podría
hacer
un
robot
con
tu
cara.

Y
el
ganador
no
es
es
el
público
Por
el
camino
dio
tiempo
a
acordarse
de
todas
las
causas
sociales.
Literalmente,
de
todas.
No
quedó
una
sin
nombrar:
la
DANA,
el
drama
de
los
refugiados,
Donald
Trump,
los
extremismos,
las
limpiezas
étnicas,
los
nuevos
autoritarismos,
el
acceso
a
la
vivienda
y
la
advertencia
continua
de
la
llegada
próxima
de
la
ultraderecha,
entre
otras.
No
es
que
no
sean
causas
justas
o
válidas,
pero
al
final,
una
tras
otra,
han
desdibujado
por
completo
que
estos
no
eran
premios
de
una
ONG,
sino
de
cine.
Y
que,
desde
casa,
tanta
causa
social
junta,
por
muy
bien
que
quede
recortada
al
día
siguiente
en
Twitter
y
TikTok,
acaba
por
empalagar.
Por
eso
he
agradecido
discursos
tan
sinceros
y
honestos
como
los
de
Salva
Reina
(mejor
actor
de
reparto
por
‘El
47’),
Eduard
Sola
(guionista
de
‘Casa
en
llamas’,
con
su
guion
escrito
tras
un
dibujo
de
su
hijo),
Laura
Weissmahr
(merecidísima
actriz
revelación
por
‘Salve
María’,
que
en
su
discurso
ha
referenciado
a
Carolina
Durante)
o
Javier
Macipe
(director
de
‘La
estrella
azul’),
que
se
ha
atrevido
a
organizar
su
diatriba
como
si
fuera
una
milonga
argentina,
una
extraña
apertura
a
la
originalidad
y
la
creatividad
de
la
que
cada
minuto
del
resto
de
la
gala
ha
decidido
no
aprender.
Y
los
ganadores,
erre
que
erre,
ni
siquiera
se
dan
ya
por
aludidos
con
la
música
sonando
por
encima
de
su
discurso:
ellos
han
venido
a
hablar
de
los
suyos,
de
las
causas
que
defienden
y
venderse
de
cara
a
futuros
proyectos,
y
no
van
a
dejar
de
lado
ese
escaparate
por
cumplir
una
mísera
escaleta.

También
es
cierto
que
fuera
de
estos
discursos
no
nos
esperaba
un
terreno
menos
árido.
Las
actuaciones
musicales,
si
bien
eran
poderosas
(ojo
a
esa
versión
de
Massiel
cantada
por
Rigoberta
Bandini,
o
a
Zahara
en
ese
bello
In
Memoriam)
y
técnicamente
perfectas,
se
acababan
por
hacer
pesadas
por
el
mero
hecho
de
que
sumaban
minutos
innecesarios
en
una
gala
que
ya
de
por
sí
era
innecesariamente
larga
y
poco
dinámica.
También
tuvimos
un
homenaje
a
‘Mar
Adentro’
que
se
sintió,
como
todo,
acelerado
y
absolutamente
innecesario,
varios
vídeos
sobre
temas
de
todo
tipo
-desde
un
recuerdo
a
Jesús
de
la
Rosa
hasta
un
vídeo
sobre
besos
y
amor-
y
un
discurso
manido
de
Miguel
Ángel
Silvestre
sobre
el
cambio
climático
para
presentar
la
categoría
de…
Mejor
Fotografía.
Por
suerte,
la
gala
se
levantó
en
varios
momentos
humanos,
sí,
pero
siempre
externos
al
guion.
Por
ejemplo,
Reina
cogiendo
el
busto
y
diciendo
“¿¡Esto
qué
pollas
es!?”,
o
Verdú
emocionándose
durante
el
Goya
de
Honor
(o,
más
bien,
de
Amor)
a
Aitana
Sánchez-Gijón,
de
la
que
es
amiga
desde
hace
mucho
tiempo,
mientras
afirmaba
“Te
quiero
porque
eres
luz
y
talento.
Te
quiero
porque
eres
la
compañera
perfecta,
cómplice
y
leal”.
Y,
por
supuesto,
Richard
Gere
hablando
de
su
pareja
gallega,
con
la
que
se
acaba
de
mudar
a
nuestro
país,
o
la
propia
Sánchez-Gijón
culminando
su
discurso
con
un
“Hoy
recibo
este
premio
cuando
aún
me
siento
una
niña,
con
todo
por
hacer,
con
el
mismo
temblor,
con
el
mismo
vértigo,
con
las
mismas
ganas
de
desentrañar
el
misterio“.
Pero
nada,
absolutamente
nada,
podía
prepararnos
para
ese
final
tan
anticlimático
como
sorprendente.

¡Todos
ganamos!
Recordando
levemente
al
momento
mítico
de
los
Óscar
en
el
que
‘La
La
Land’
perdió
contra
‘Moonlight’,
el
premio
a
Mejor
Película
fue
no
solo
para ‘El
47’,
sino
también
para
‘La
Infiltrada’,
en
un
inédito
ex-aequo.
Hablaremos
mucho
sobre
este
empate
en
los
próximos
días
y
semanas,
pero
lo
único
que
está
claro
es
el
poco
ritmo
televisivo
que
ha
tenido
un
acontecimiento
tan
único
como
este.
En
lugar
de
aclarar
desde
el
primer
momento
“Y
el
premio
es
para
dos
películas
por
primera
vez”,
han
nombrado
a ‘El
47’…
Y,
medio
minuto
después,
se
ha
aclarado
que
también
iba
para
la
película
de
Arantxa
Echevarría,
ante
la
incomprensión
del
propio
narrador.
A
la
una
y
media
de
la
mañana,
con
todo
el
mundo
cansado,
pasa
lo
que
pasa:
los
cinco
presentadores
no
han
entrado
bien
a
través
de
un
telón
mecánico
que
se
ha
roto…
aunque,
de
todas
maneras,
no
había
necesidad
alguna
de
que
hubiera
cinco
personas
allí,
dado
que
no
han
presentado
las
películas
en
sí.
De
hecho,
uno
de
los
presentadores
se
ha
perdido
por
el
camino…
Y,
para
colmo,
nadie
estaba
avisado
de
que
había
dos
ganadores,
lo
que
ha
llevado
al
doble
de
discursos
vergonzantes
(como
ese
agradecimiento
a
Santiago
Segura
que
también
consideraba
a ‘La
infiltrada’
como
“una
película
arriesgada”)
e
innecesariamente
largos.
Un
desastre
en
toda
regla.
Ha
sido
el
colofón
de
una
gala
a
la
que
le
ha
faltado
glamour,
poner
en
valor
el
cine
español
y
sorprender.
No
basta
con
sacar
a
Alejandro
Sanz,
Estrella
Morente,
Dellafuente
y
Lola
Indigo
si
después
no
hay
nada
que
trastoque
una
ceremonia
fría,
artificial,
aburrida,
sin
nada
a
lo
que
agarrarse.
Y
que,
si
no
tuviera
que
verla
por
trabajo,
os
reconozco
que
habría
quitado
a
la
hora.
Para
qué
sufrir
de
manera
innecesaria,
si
lo
que
nos
interesa
a
todos
(la
lista
de
nominados)
puede
ser
consultada
al
día
siguiente.
La
Academia
necesita
una
revolución
inmediata,
una
puesta
al
día
urgente
si
quiere
acercarse,
aunque
sea
mínimamente,
a
los
gustos
de
un
público
más
joven
que
puede
estar
en
las
salas
ocasionalmente,
pero
al
que
la
industria
no
le
importa
lo
más
mínimo.
Y
visto
lo
visto,
es
normal.
Hace
falta
ser
muy
devoto
del
cine
para
tragarse
esta
gala.
Si
se
toma
la
decisión
consciente
de
no
permitir
que
ningún
actor,
actriz,
músico
o
cómico
que
esté
dando
los
premios
se
salga
de
la
fórmula “Los
nominados
son”
y “El
ganador
es”,
al
menos
lo
suyo
es
que
la
gala
dure
un
suspiro
y
termine
para
la
hora
de
la
recena,
no
de
los
churros.
Al
menos,
una
dirección
picarona
(o
despreocupada)
nos
regaló
algunos
planos
de
Richard
Gere
no
entendiendo
en
absoluto
lo
que
estaba
viendo
y
un
paseo
de
Watling
por
el
patio
de
butacas
que,
eso
sí,
tuvo
una
buena
respuesta
por
parte
de
Luis
Tosar.
Para
que
una
improvisación
de
Tosar
sea
el
momento
más
distendido
de
la
gala,
imagina
cómo
ha
sido
el
resto.

Necesita
Mejorar
Cuando
no
ibas
bien
en
el
colegio,
al
menos
en
mi
época,
la
profesora
ponía
en
tu
cuaderno
“Necesita
Mejorar”.
Y
los
Goya
de
este
año
se
irían
a
casa
con
un
cuaderno
repleto
de
esta
apreciación.
¿Ritmo
televisivo?
¿Presentadores?
¿Guion?
¿Realización?
Necesita
mejorar.
¿Actuaciones
musicales?
Progresa
adecuadamente,
pero
quizá
ha
llegado
el
momento
de
plantearse
si
son
necesarias
o
se
puede
reducir
el
ladrillo
a
una
hora
y
media,
In
Memoriam
y
discurso
del
Presidente
de
la
Academia
incluido.
Al
respecto,
hay
un
momento
que
cabe
destacar
dentro
de
las
continuas
e
indudables
buenas
intenciones
de
la
gala
y
el
enfrentamiento
con
su
horrenda
realización.
Es
cuando,
tras
el
discurso
de
Fernando
Méndez-Leite,
se
ha
hecho
un
justo
homenaje
de
diez
minutos
a
Marisa
Paredes,
fallecida
este
año
y,
además
de
gran
actriz,
expresidenta
de
la
Academia.
El
problema
es
que
ha
estado
pegado
al
In
Memoriam,
dejando
la
sensación
de
que,
al
igual
que
sucedía
con
el “Aplausómetro”,
hay
muertos
de
primera
y
muertos
de
segunda.
Si
se
hubiera
espaciado
en
el
tiempo,
no
habría
problemas
de
percepción,
pero
la
escaleta
de
la
gala
parecía
obligar
a
que
ambos
estuviesen
seguidos,
con
un
resultado,
siendo
generosos,
extraño.

Además,
la
muerte
ha
sobrevolado
todo
el
tramo
final
de
la
gala.
No
me
refiero
al
nuestro
interés
como
espectadores
-que
también-,
sino
a
un
continuo
machaque
con
el
tema.
Varios
minutos
de
Verdú
y
Watling
hablando
de
la
eutanasia
para
presentar
el
homenaje
a ‘Mar
Adentro’,
el
discurso
de
la
hija
de
Marisa
Paredes,
las
presentadoras
hablando
de
los
que
hemos
dejado
atrás,
el
In
Memoriam.
Si
la
gala
ya
de
por
sí
estaba
siendo
comatosa,
hablar
de
la
Parca
a
la
una
de
la
mañana
de
un
sábado
en
el
que
hemos
preferido
no
hacer
planes
para
ver
los
Goya
hace
que
nos
planteemos
seriamente
nuestras
decisiones
vitales.
La
gala
estuvo
tan
rota
y
deshilachada
que
las
actrices
de
reparto
tuvieron
una
presentación
única
y
personalizada,
con
cinco
presentadoras
dedicando
unos
minutos
a
hablar
de
cada
una
de
ellas
y
su
interpretación,
pero
ninguna
otra
categoría
tuvo
este
tratamiento.
Simplemente,
es
algo
que
pasó,
probablemente
deudora
de
una
versión
anterior
del
guion.
Igual
que
las
categorías,
que
fueron
cayendo
una
tras
otra
sin
mostrarnos
prácticamente
nada
de
su
trabajo
o
una
introducción
especial.
¿En
qué
consiste
el
premio
a
dirección
de
producción?
¿Por
qué
‘La
virgen
roja’
ha
ganado
mejor
dirección
de
arte?
Y
sobre
todo,
¿le
importa
a
la
Academia
que
nosotros
lo
entendamos?

Mostrar
el
trabajo
en
sí,
más
allá
del
resultado
final,
ayuda
a
que
el
público
general
entienda
la
labor,
más
allá
de
convertirse
en
un “sumapremios”
sin
mayor
sentido.
En
otras
ediciones
lo
han
hecho,
pero
en
esta
parecían
ir
continuamente
con
prisa.
Corre,
corre,
que
Alejandro
Sanz
tiene
que
cantar
una
canción
de
siete
minutos,
que
luego
hay
un
vídeo
sobre
Granada
y
un
bloque
de
anuncios
para
meter
otra
vez
el
aviso
de
que
AirBNB
patrocina
este
programa.
La
gala
de
los
Goya
2025
es
exactamente
lo
que
la
gente
que
jamás
ha
visto
estos
premios
cree
que
son:
una
sucesión
de
defensas
políticas
con
ritmo
mortuorio
(literalmente,
además)
y
el
mismo
entretenimiento
que
mirar
una
pared
secándose.
Está
bien
ponernos
serios,
pero
si
quieres
que
os
regalemos
210
minutos
de
nuestro
tiempo,
haz
que
por
lo
menos
merezca
la
pena.
Esta
gala
ha
sido
una
función
escolar
glorificada
que
solo
han
salvado
momentos
externos
al
férreo
guion,
como
la
aparición
de
la
madre
de
Yerai
Cortés
en
el
escenario
o
C.
Tangana
(perdón,
Antón
Álvarez)
afirmando
que
“Prometo
que
cualquier
actor
que
se
meta
a
la
música
le
vamos
a
acoger
como
me
habéis
acogido
vosotros”.
Y
al
final,
lo
que
queda
para
el
público
general,
casi
exclusivamente,
es
el
morbo
de
la
ausencia
de
Karla
Sofía
Gascón,
de
la
que
se
ha
habado
muy
poco
pero
que
de
alguna
manera
ha
abierto
el
camino
a
un
posible
perdón
en
Hollywood
después
del
shock
general
causado
por
aquellos
tuits.
¿Nos
acordaremos
de ‘El
47’
y ‘La
infiltrada’
dentro
de
cinco
años?
Supongo
que
de
la
misma
manera
que
lo
hacemos
con
‘Las
niñas’
o
‘El
buen
patrón’:
no
pasarán
a
la
historia
ni
las
volveremos
a
ver
jamás,
pero
guardamos
un
buen
recuerdo
de
que
nos
gustaron
en
su
momento.
De
que
son
agradables
al
paladar,
digeribles
por
todos,
no
se
alejan
del
mainstream
tanto
como
para
causarnos
un
shock
pero
sí
lo
suficiente
como
para
darles
una
pátina
de “calidad”
quizá
impuesta
por
los
premios.
Ahora
solo
faltan
una
ceremonia
que
esté
a
la
altura
de
las
películas
que
premia,
que
vuelva
a
la
guasa
y
la
celebración
(mezcladas,
como
siempre,
con
reivindicación
social),
y
se
olvide
de
aquella
hierática
gala
de
Antonio
Banderas
que
tanto
gustó
a
todo
el
mundo.
Lo
poco
gusta
y
lo
mucho
cansa.
Y
este
año
han
cansado.
De
qué
manera.
En
Espinof
|
Las
19
mejores
películas
españolas
de
2024
En
Espinof
|
Las
mejores
películas
de
2025