El cineasta danés recluta a un increíble tándem de actores para hacer un filme mayúsculo y hermoso
La casa de los Borg está encantada. Hay una mujer ahorcada en una de las habitaciones, un último aliento en el dormitorio principal y voces de extraños que se cuelan por la chimenea. Generaciones de personas que comparten legado la han llenado de fantasmas. No de esos que asustan y hacen que pegues un brinco. Fantasmas que, por las cosas que han hecho cuando todavía respiraban, convierten en maldita las vidas de los demás. Madres que se suicidan crean hijos que evitan el amor y se refugian en el alcohol. Padres ausentes dan lugar a hijas que se suicidan. La casa de los Borg, además de estar encantada, tiene una grieta en una de sus paredes. Una desconexión en el yeso que se ensancha unos milímetros cada año que pasa. La culpa es un pequeño desnivel en sus cimientos. Antes, apenas se notaba, pero ahora es imposible no fijarse en ella. La casa de los Borg son los Borg. Joachim Trier convierte el hogar de la familia protagonista de Valor sentimental en una metáfora de ellos mismos para hablar de padres e hijas, de madres e hijos, de hermanas, de los traumas heredados y de heridas del pasado que nunca sanan.
Nora (Renate Reinsve) y Agnes (Inga Ibsdotter Lilleaas) son las hijas del cineasta Gustav Borg (Stellan Skarsgård). Él se marchó de casa cuando eran adolescentes y se separó de su madre, una terapeuta que pasaba consulta en el hogar familiar. Es la muerte de esta última la que vuelve a unirlos. Gustav regresa a sus vidas después de haber escrito, tras mucho tiempo, el guion de una película en la que una madre es la protagonista de la historia. Quiere que sea Nora, actriz de profesión, la que la interprete.
Los planes no salen como esperaba: su hija rechaza la propuesta y le echa unas cuantas cosas en cara. Mientras Gustav entabla relación con una actriz famosa (Elle Fanning) dispuesta a dar vida a la protagonista y conseguir así que una gran compañía -Netflix en este caso- le financie el proyecto, Nora transita la vida como una persona que, igual que su padre, evita los vínculos afectivos. También alguien que busca la aprobación de Gustav, a quien quiere, pero con quien, al mismo tiempo, no quiere hablar de los rencores que les mantienen distanciados.
Rendición y sanación por medio del arte

Trier introduce al público en la vida de los Borg con una película en la que el cineasta danés atina de forma tan fina que demuestra que lo de su anterior proyecto, la increíble La peor persona del mundo (2021), no fue casualidad. Para poder entender mejor cómo los Borg tienen tanta herida abierta que la costra nunca se forma, hace que la nueva película de Gustav esté inspirada en la vida de su madre, pero también en la de su hija. Y su empeño es rodarla en la casa del clan protagonista. La misma en la que el fantasma de su madre sigue persiguiéndolo. La misma que quiere vender. La misma que es el escenario del que emanan todos los males familiares. La misma llena de recuerdos, bonitos y feos. Es ahí, en esa casa, con cuya presentación abre el filme y Trier convierte casi en un ser viviente, en la que se acumula y de la que emana todo ese valor sentimental que da nombre al filme.
Fue Natalia Ginzburg la que utilizó el término “léxico familiar” -su novela autobiográfica se titula así- para referirse al conjunto de refranes, frases y bromas privadas que solo una familia entiende. Idioma propio. Lenguaje único. Un significado exclusivo con un mismo significante. La escritora italiana, a través de estas expresiones, reconstruyó su vida. En Valor sentimental, el léxico familiar de los Borg también está en las bromas que solo ellos comprenden, pero su idioma más grande es el del trauma. Esa grieta que parece imposible de juntar. Trier desarrolla todo el universo del clan protagonista con una delicadeza, sutileza, empatía y maestría que es imposible encontrar culpables en la historia.

No solo en los finos diálogos y en las impolutas interpretaciones de sus actores protagonistas -un inmenso Stellan Skarsgård y las actrices Renate Reinsve, Inga Ibsdotter Lilleaas y Elle Fanning forman un tándem impresionante- está la brillantez del filme, también en las rimas visuales de la película, en sus pellizcos cómicos y en la ternura que asoma en los pequeños gestos.
Valor sentimental es mayúscula y hermosa. Es rendición y sanación por medio del arte. Es el retrato de una familia que se quiere, pero a su extraña manera, una que solo ellos entienden. Valor sentimental es una de las mejores películas del año.