Hay una frase, terminando ya el primer episodio de ‘Laberinto de paz‘ (‘Frieden’), serie que aterriza desde este martes en Filmin, que es bastante reveladora sobre el brete en el que está Suiza al final de la Segunda guerra mundial: ese “para Suiza, la guerra empieza ahora” confirma al espectador el delicado panorama al que se enfrentó el país neutral.
Ambientada a mediados de 1945, la ficción parte de dos situaciones en paralelo: por un lado la acogida de jóvenes judíos liberados de los campos de concentración alemanes pone a prueba la hospitalidad de los suizos, que los ven como carga; por el otro, el país se ve como un jugoso refugio para nazis acomodados, quienes ven que mientras no cometan un delito en el país pueden vivir cómodamente en él. Todo esto en un contexto de crisis económica al perder a su mayor socio.
Una cuestión medianamente desconocida que llamó la atención a Petra Volpe, creadora de la serie, por cómo esto no casaba (y manchaba) con la aparentemente pulcra historia del país. La cineasta es la encargada de llevar este episodio de la historia a la palestra en una superproducción de época que nos lleva a esas primeras semanas de posguerra.
Nazi rico, judío pobre
A lo largo de seis episodios, ‘Laberinto de paz’ pone el foco en tres tramas. Por un lado Klara (Annina Walt) trabaja en una institución de acogida a jóvenes supervivientes del holocausto, recibidos con recelo; Johann (Max Hubacher) lucha por mantener a flote la empresa de su suegro y pronto encontrará que la solución pasa por pactar con el diablo; Egon, por su parte, empieza a trabajar en la oficina del Fiscal General persiguiendo a nazis fugitivos, pero descubrirá que en la práctica hay mucha vista gorda.
Siempre es difícil abordar, por lo poco atractivo que parece a priori, ese “cuarto acto”. Ese qué pasa después de la acción, cuando el conflicto termina y hay que lidiar con las consecuencias. Volpe pone cierto empeño en esa “nueva normalidad” con la circunstancia de la neutralidad del escenario en la guerra.
El país tiene que ser solidario y humanitario más por vecindad y por no meterse en líos internacionales que por pura caridad. Esa Suiza del 45 refleja la Europa de la crisis de refugiados de no hace tanto tiempo, ese principio de solidaridad que se ve, en cuanto se puede, trastocado por miramientos e intereses económicos.
Una serie sosegada con un equilibrio algo precario
Ese mensaje transpira en ‘Laberinto de paz’, tanto que incluso la cartela de presentación de la serie tiene una pajarita de papel hecho con un billete. En este sentido el guion de Volpe va muy de frente con lo que quiere contar y pocas veces se desvía de la exploración del cómo trata el país a judíos y nazis y cómo siempre hay oportunistas y quien quiera sacar tajada del fin de la guerra.
La dirección de Mike Schaerer no es demasiado inventiva, manteniéndose en todo momento acomodado en estándares televisivos, sofisticados. El guion, por otro lado, no termina de integrar bien las tramas individuales en el conjunto. Más allá de que una sea más emocional que otra, el intentar darles el mismo peso hace que, paradójicamente, el interés se descompense. Aquí es verdad que depende de cada espectador, ya que habrá algunos que conecten más con la trama de Klara y otros con la de Egon, pero resulta demasiado fácil perder el interés si una no logra permear.
‘Laberinto de paz’ es, en líneas generales, un sólido drama de época que coge una realidad poco conocida y la saca a la luz no tanto como un golpe sobre la mesa sino como una sosegada exposición de esa incómoda verdad y cómo se vivió esos momentos de posguerra. A pesar de que siempre es bienvenida cierta contención y sobriedad, a ratos la serie pide algo más de contundencia.