Repasar las mejores producciones que nos ha dado regalado el género de terror desde principios de siglo implica hacer una parada obligatoria para alabar como merecen las dos primeras entregas de ‘Expediente Warren’; un par de joyas del horror sobrenatural firmadas por un James Wan brillante en el diseño de set pieces y en la creación de atmósferas que, en última instancia, destacan sobre sus homólogas gracias a su encomiable sencillez.

Tanto ‘The Conjuring’ como ‘El caso Enfield’ comparten, además de una gran calidad en términos cinematográficos, unos cimientos casi infalibles que aglutinan escenarios embotellados, familias atormentadas por una o varias entidades, y batallas contra las fuerzas del mal entre cuatro paredes. Pero con la tercera parte en manos de un realizador diferente, es lógico que la fórmula haya experimentado variaciones —aunque no necesariamente para bien—.

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Con ‘Expediente Warren: Obligado por el diablo’, Michael Chaves toma el testigo de Wan, transformando la simplicidad de sus predecesoras en un caótico cóctel de subgéneros que, a pesar de contar con muy buenas ideas sobre el papel, termina diluyendo los sustos y la inquietud habituales en una rutinaria y arrítmica investigación forense-paranormal relegada a la zona media de la tabla dentro del Warrenverso.

Diluyendo el terror

Durante, aproximadamente, el primer tercio de ‘Obligado por el diablo’, Michael Chaves opta por abrazar sin cortapisa los cánones formales y narrativos marca ‘Expediente Warren’; disfrazándose de James Wan y llegando a replicar algunos de sus recursos —el “oner” de presentación del espacio es tan sólo un ejemplo— con mucha menos fortuna de la deseada. La ausencia del padre de la saga se nota, e invita a percibir un aura de impostación que resta efectividad y enteros al conjunto.

Afortunadamente, el largometraje no tarda en distanciarse —sólo parcialmente— de lo visto en episodios anteriores para jugar su propio juego. Concretamente, uno en el que posesiones y criaturas infernales abren paso a satanistas, rituales y tramas detectivescas emparentadas con las de cualquier procedimental catódico al uso; lastradas por un ritmo demasiado irregular y por una cohesión argumental no todo lo sólida que debería ser.

The Conjuring 3

Esta pronunciada bicefalia se hace aún más evidente en un tercer acto marcado por un deslavazado y, aún así, funcional montaje en paralelo; al que se llega después de desvirtuar la decente gestión de la historia de investigación sirviendo en bandeja de plata a los protagonistas la gran revelación con un recurso tan manido como el del personaje funcional convertido en un mecanismo de exposición oral —al menos no es una caja repleta de documentos que dan sentido a todo—.

Más digno de elogio es el tratamiento formal y creativo de la película; muchísimo más depurado e inventivo que el de la soporífera ‘La llorona’ —con la que también comparte director de fotografía—, pero no exento de un diseño de sonido estridente y excesivo, y de una maraña de clichés que invitan a la impasibilidad frente al trillado repertorio de jumpscares —mucho más escasos de lo habitual— e imágenes calcadas de producciones similares —ay, las levitaciones con luz dura a contraluz y viento descontrolado en pleno exorcismo—.

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Por suerte, no hay obstáculos que impidan que el carisma, la entrega y la química arrolladora de Patrick Wilson y Vera Farmiga dando vida a Ed y Lorraine Warren mantengan a flote ‘Obligado por el diablo’; un solvente —sin alardes— filme de terror que, pese a estar destinado a funcionar como un tiro en taquilla, subraya los signos de agotamiento en una franquicia a la que, a falta de recuperar a Wan como director, no sentaría nada mal descansar durante una temporada.