Como apasionado del medio audiovisual —formatos y tamaños de pantallas aparte—, una de las sensaciones más placenteras y satisfactorias que puedo experimentar es descubrir una de esas producciones etiquetadas como “tapadas”, y caer rendido ante ella sin haber sido intoxicado por cientos de miles de opiniones en redes sociales, campañas promocionales multimillonarias y expectativas desorbitadas.
Hoy mismo, poco más de tres horas antes de ponerme a teclear estas líneas, he tenido el privilegio de disfrutar plenamente de la serie que, salvo sorpresa, está destinada a convertirse en la gran tapada de este convulso curso televisivo 2020; una ‘El colapso’ cuyo amargor distópico llega a Filmin en el momento más cruel y, aún así, oportuno que podamos imaginar.
Pero más allá de contextos y realidades indeseables, esta bomba de relojería escrita y dirigida por el colectivo de cineastas galos Les Parasites —compuesto por Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto— se eleva instantáneamente como uno de los mejores títulos que pasarán por nuestras retinas en todo el año; todo bajo la forma de un torbellino emocional enriquecido por un poderío técnico capaz de desencajar mandíbulas.
La fin absolue du monde
Ya sea en cine o en televisión, estamos más que acostumbrados a presenciar el fin del mundo desencadenado por los motivos más diversos; desde desastres nucleares a conflictos bélicos a escala mundial, pasando por invasiones alienígenas, catástrofes naturales o resurrecciones masivas de cadáveres sedientos de sangre; pero pocos tan mundanamente aterradores como el que explora ‘El colapso’.
Basándose levemente en la teoría de Olduvai, que establece que la civilización industrial actual tiene una fecha de caducidad de unos 100 años —expirando en 2030—, tras la cual experimentaría una regresión a épocas anteriores con sus consiguientes modos de vida y sistemas sociopolítocos y económicos, ‘El colapso’ opta por prescindir de cualquier tipo de explicación sobre el origen de la debacle para volcarse en lo verdaderamente importante: el drama.
A través de ocho episodios autoconclusivos cuyo metraje medio ronda los 22 minutos, interconectados entre sí de un modo tan sutil como inteligente, la producción de Canal+ brinda un ejercicio apocalíptico que sale triunfante del mayor reto al que se enfrenta toda antología: mantener una calidad constante en todos sus fragmentos.
En el caso de ‘El colapso’, las ocho piezas muestran un nivel asombroso en términos narrativos y una variedad conceptual envidiable que se traduce en una espiral de emociones que abofetea al respetable; recorriendo corre lugares como la angustia y la desesperación más viscerales o el conflicto humano más intimista —es difícil contener las lágrimas en el sexto capítulo—, culminando en un crítico fin de fiesta dominado por la frustración.
Pero entre una dramaturgia de primera categoría, unos personajes reales e imperfectos que proyectan lo mejor y lo peor de nuestra especie y un imaginario para enmarcar, destaca un recurso formal que impulsa al show de lo notable a los terrenos de lo excelente.
El poder del plano secuencia
Cada uno de los ocho segmentos que componen ‘El colapso’ están rodados en plano secuencia; una técnica que muchos tienden a catalogar automáticamente como un simple artificio o un reclamo comercial, pero que en esta ocasión vuelve a demostrar con creces su valía para potenciar ciertos aspectos de la narrativa visual.
A lo largo de sus casi tres horas de duración total, la serie nos introduce casi en primera persona en una serie de situaciones límite que ven multiplicados exponencialmente sus niveles de tensión gracias a la ausencia de cortes y a un trabajo de cámara descomunal, a la altura de un diseño de producción lúcido e impecable que alcanza su cenit en el fragmento titulado ‘La isla’.
Complementando el prodigio técnico, el reparto hace gala de un oficio tremendo con unas interpretaciones agotadoras y de una intensidad tremenda sin perder el raccord emocional ni un sólo segundo; dejándonos completamente vendidos como espectadores incapaces de refugiarse de los efectos del fin del mundo.
‘El colapso’ es, simple y llanamente, una auténtica maravilla. Es excelencia técnica y artística, es caos, es violencia, es rabia y es, en menor medida, un pequeño rayo de esperanza en el ser humano que no tarda en desaparecer entre el pesimismo más cínico. Pero, lo peor de todo —y, en cierto modo, teniendo en cuenta que hablamos de una producción del pasado 2019, lo mejor— es que el horror y el caos que circula en pantalla resulta, en ocasiones, terriblemente familiar.