‘The Mandalorian’, sin prácticamente esperar nada de ella, terminó revelándose como una auténtica delicia; sensación que evolucionó en constante cresendo durante sus diez primeros episodios, y que se ha incrementado aún más si cabe en una segunda temporada que está elevando las cotas de espectáculo y carisma con episodios como ‘The Marshall’.
Su escasez de diálogos, sustituida por una narrativa extraordinaria cortesía de Jon Favreau, su icónica banda sonora compuesta por el sueco Ludwig Göransson, su expansión del universo ‘Star Wars’ o su —por el momento— sencilla y directa trama son algunos de los motivos que la hacen merecedora de todas las alabanzas posibles.
Pero si algo ha hecho que caiga rendido ante la serie de Disney+, eso es su apuesta visual. Un tratamiento técnico y estético que grita “cine” a los cuatro vientos y que esconde tras de sí una tecnología revolucionaria conocida por el nombre de Stagecraft y que podría poner patas arriba el panorama de las producciones televisivas —y puede que cinematográficas— a partir de este momento.
Durante las próximas líneas, y después de haber investigado sobre el sistema —y haber sonreído como un crío que está viendo un espectáculo de magia mientras lo hacía—, os voy a explicar el funcionamiento de Stagecraft, las posibilidades que ofrece a realizadores, directores de fotografía o diseñadores de producción, y los múltiples beneficios que aporta a un rodaje.
Tecnología punta nacida en los años 30
Para poder comprender el concepto sobre el que se construyen las bases de Stagecraft debemos retroceder a los años 30, momento en que comenzó a utilizarse la técnica conocida como retroproyección.
Este efecto visual situaba al actor o actores entre la cámara y una pantalla, estando detrás de esta un proyector que reproducía sobre ella una imagen fija o en movimiento filmada con anterioridad. De este modo, podían obtenerse planos con escenarios de diversos tipos de fondo sin salir del estudio de grabación.
A pesar de que la idea de la retroproyección había sido concebida con anterioridad, no fue utilizada por primera vez hasta 1930, cuando Fox estrenó sus largometrajes ‘Liliom’ y ‘Just Imagine’. Hasta entonces, la tecnología no pudo utilizarse debido a la necesidad de cámaras y proyectores capaces de sincronizar sus obturadores, y a inexistencia de un negativo con el que se pudiese exponer de forma más eficiente la imagen proyectada —esta sería el pancromático de Kodak—.
Desde aquél momento, la retroproyección se utilizó en producciones de todo tipo, extendiéndose hasta largometrajes contemporáneos como ‘Pulp Fiction’, ‘Aliens: El regreso’ o ‘Terminator 2: El juicio final’, y fue evolucionando progresivamente hacia técnicas como el Dynamation de Ray Harryhausen o la más sofisticada proyección frontal.
El futuro, ahora
Finalmente, esta evolución de la retroproyección ha desembocado en este año 2019 y en el susodicho Stagecraft. Pero, ¿cómo funciona exactamente esta sofisticación casi futurista de una técnica a una década de cumplir su centenario? Para dar respuesta a esta pregunta, debemos trasladarnos a “El Volumen” —”The Volume”—.
El Volumen es el nombre que recibe el espacio físico en el que se rueda utilizando Stagecraft. Dicho espacio está compuesto por un suelo físico o real —por ejemplo, una superficie arenosa con piedras como las muchas que hay en los parajes desérticos de ‘The Mandalorian’— y tres enormes paneles LED con resolución 4K —conocidos como Render Nodes— situados a izquierda, derecha y sobre el suelo, este último a modo de cielo.
El resultado de estas distintas superficies no deja de ser una suerte de cubo seccionado por la mitad que permite tener espacio para situar al equipo técnico frente al “escenario”. Y con todas estas piezas colocadas en su sitio, es cuando sucede la magia y entra en escena la herencia de la retroproyección.
En este caso, la proyección de una imagen filmada con anterioridad sobre una pantalla se sustituye por la carga de un escenario CGI 3D, generado con el motor gráfico Unreal Engine 4 —utilizado habitualmente en la industria del videojuego— que se visualiza en tiempo real en los Render Nodes. Pero ojo, porque aún hay más. Muchísimo más.
Una vez la imagen se está proyectando en los paneles LED que sirven de escenario y cielo, los ejes X, Y y Z de esta se sincronizan automáticamente con los de la cámara física con la que se rodará la escena pertinente. Cuando la cámara se mueva, el escenario reaccionará en consecuencia al desplazamiento de esta como si de un plano en una localización real se tratase. Brujería.
Todo son ventajas
Pero los beneficios de Stagecraft no se limitan a la posibilidad de rodar en escenarios hiperrealistas de lo más variopinto sin la necesidad de abandonar la comodidad de un plató. Además, el invento en cuestión permite a los realizadores y directores de fotografía hacer scouting de localizaciones desde “dentro” del entorno digital utilizando un set de realidad virtual.
Una vez equipados con las gafas y los controles, los cineastas pueden acceder al render, desplazarse por él e, incluso, modificar la geografía y escenografía; cambiando posiciones de rocas, variando texturas, recolocando objetos… Una fuente casi infinita de opciones a las que el realizador puede dar el visto bueno gracias a un visor de director virtual con el que planificar encuadres simulando lentes de todo tipo desde el kit VR.
No obstante, más allá de esta versatilidad, puede que la gran virtud del Stagecraft esté relacionada con su interesante tratamiento de la luz. Y es que son las propias pantallas LED las que sirven como fuente principal para iluminar, comenzando por la del techo —igual que en un rodaje en exteriores sería el cielo— y terminando por las dos verticales que envuelven el set.
Así pues, la luz afectará al escenario y a los actores en tiempo real junto a los movimientos de cámara, variando en función de la posición del Sol en el render —algo también modificable— y permitiendo ajustar diferentes parámetros de la colorimetría de la escena como las tonalidades o la saturación, todo ello a través de una aplicación instalada en un iPad.
Stagecraft, además, permite cargar presets con situaciones de iluminación concretas para un mismo escenario. Atardeceres, amaneceres, noches, días, distintos parámetros climatológicos… todos ellos modificables y que harán factible rodar —y ya le hubiese gustado esto a Terrence Malick en ‘El árbol de la vida’— rodar en una hora mágica eterna.
Para acabar de rematar la jugada, en caso de que no nos guste o sea insuficiente la iluminación “natural” del render, las pantallas LED permiten añadir “focos” virtuales de diferentes tipos para sumar a la luz ambiental, pudiendo variarse su temperatura de color, su tamaño o su dureza. Algo imprescindible para crear efectos puntuales, reforzar contraluces o aportar matices sobre los personajes u objetos tangibles presentes en El Volumen.
Fuimos muchos los que nos quedamos perplejos cuando conocimos el hecho de que cada episodio de ‘The Mandalorian’ iba a costarle a Disney la friolera de 15 millones de dólares, pero después de conocer las bondades de Stagecraft, este importe no parece tan desorbitado.
Y es que más que un capricho o un nuevo jugueteo digital de Jon Favreau, este modo de rodar el nuevo spin-off de ‘Star Wars’ parece más bien la prueba definitiva de cara a una inversión de futuro que concederá tanto a Disney como a cualquiera que pueda permitirse pasar por caja la posibilidad de trasladarnos a entornos imposibles con tres pantallas y una cámara de cine. A mí aún me cuesta creerlo.
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