Treinta y tres años después de la publicación del primero de los doce excepcionales números que componen ‘Watchmen’, y después de haberse vertido ríos de tinta sobre ello, se antoja innecesario reincidir en explicaciones sobre los motivos que convierten al cómic de Alan Moore y Dave Gibbons en una pieza quintaesencial dentro del subgénero de los superhéroes y en una obra capital del noveno arte.

Pero esas mismas razones que dotaron de tamaña trascendencia a la maxi-serie y que continúan enamorando a medio mundo más de tres décadas después, se revelan como un arma de doble filo que ha causado sudores fríos y temores —por suerte, en su mayoría infundados— al fandom cada vez que se ha anunciado una nueva traslación de medio del material original, ya sea para la gran o la pequeña pantalla.

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Sucedió con la versión de Zack Snyder estrenada en 2009 y ha vuelto a ocurrir en 2019 con la propuesta de Damon Lindelof para HBO. Dos visiones y dos formas de aproximarse al trabajo de Moore y Gibbons radicalmente diferentes que llegaron precedidas por el recelo y la desconfianza, pero que, para servidor, no son más que un par de clases magistrales sobre cómo adaptar un clásico, a priori, inadaptable.

Snyder y la devota fidelidad

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Poner frente a frente las ‘Watchmen’ de Snyder y Lindelof podría, con una evaluación rápida y superficial de la naturaleza y mecanismos de ambas, conducir a la conclusión errónea de que el largometraje de 2009 está exento de cualquier tipo de riesgo tanto a nivel narrativo como creativo.

Muchas han sido las voces que han defendido a capa y espada la idea de que los guionistas David Hayter y Alex Tse —así como el director— se limitaron a copiar y pegar, salvo cambios como el del tercer acto —en el que no hay ni rastro del mutante transdimensional— la historia, estructura y viñetas de la fuente. No obstante, aunque esta afirmación no deje de ser, en cierto modo, cierta, el gran error llega al menospreciar su tarea tildándola de “sencilla”.

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Existe una enorme complejidad en trasladar con tantísima fidelidad un texto como el de ‘Watchmen’ del papel a la pantalla sin hacer severas modificaciones lingüísticas ni estructurales; pero Hayter, Tse y Snyder lograron llevar una narrativa propia del cómic al cine con una tremenda pureza, manteniendo intactos elementos como las voces en off y las cadencias impropias de una película, y saliendo vivos del intento.

Este éxito se hace aún más evidente si cabe con un ‘Ultimate Cut’ que supera las tres horas y media de metraje al extender lo visto en el montaje cinematográfico y al intercalar con la historia principal, al igual que ocurría en el cómic, los ‘Relatos del navío negro’. Un triple salto mortal con tirabuzón, enriquecido con un tratamiento formal marca de la casa —excesivo para algunos, delicioso para el que suscribe— y que continuar reivindicando como una auténtica catedral superheróica.

Lindelof y la reinvención

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Muy lejos de la enfermiza fidelidad, casi reverencia, del filme de Zack Snyder, queda un acercamiento de Damon Lindelof a ‘Watchmen’ que tampoco quedó exento de críticas prematuras y aprensiones varias. La fama de marear la perdiz entre giros demenciales y subtramas sin respuestas que precedía al guionista y showrunner hizo a muchos temer lo peor para, después, cerrar bocas con un auténtico bombazo catódico casi perfecto se mire por donde se mire.

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Puede que lo mejor de la última gran serie del año —y de la década—, más allá de su impepinable narrativa, sea el modo en que su máximo responsable ha abordado el universo creado por Alan Moore, comprendido las intenciones discursivas del británico y asimilado el espíritu del cómic original para dar forma a un relato completamente nuevo que se adapta al statu quo e inquietudes actuales.

Es harto complicado calificar con una palabra concreta la ‘Watchmen’ de Damon Lindelof, y es ahí donde radica su mayor virtud. El show funciona al mismo tiempo como adaptación libre con esencia de universo expandido, como secuela que aprovecha y retoma los hechos y el canon del material base, y como una suerte de “remix” —y este creo que es el término adecuado— que introduce en una coctelera las señas de identidad de la obra impresa para sintetizar un refrescante y exquisito mejunje.

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De este modo, el legado del ataque de Ozymandias sobre la ciudad de Nueva York —esta vez con “chipirón” ciclópeo incluido— permite desarrollar un nutrido surtido de lecturas sobre el ascenso de la extrema derecha supremacista en Norteamérica, las consecuencias de un conflicto racial aún presente y la transferencia de ideales nocivos, temores, traumas y prejuicios entre generaciones en una realidad en la que odiseas interplanetarias, vigilantes enmascarados y dioses azulados están a la orden del día.

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Pero los aires renovadores de la ‘Watchmen’ de 2019 no están reñidos con que su autor plasme su admiración hacia la maxi-serie capítulo tras capítulo. Donde Snyder optó por la literalidad, Lindelof ha inundado de referencias unas nueve horas de televisión de primerísimo nivel que, además, hacen un uso envidiable de personajes clásicos, readaptados para una producción capaz de desencajar mandíbulas entre sorpresas, revelaciones y un empaque formal de órdago.

Dos propuestas complementarias

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Hacerme elegir entre la ‘Watchmen’ de Zack Snyder y la de Damon Lindelof sería como poner a un crío entre la espada y la pared preguntándole la típica sandez de si quiere más a papá o a mamá; ya no sólo por las grandísimas diferencias que las separan en términos conceptuales y lingüísticos —filmes y series, por duración y estructuras dramáticas son difícilmente equiparables—, sino por la tremenda calidad que atesoran ambas propuestas.

Por esto, más que como rivales que enfrentar a doce asaltos en un cuadrilátero, estas dos formas de comprender el magnum opus de Alan Moore y Dave Gibbons merecen ser etiquetadas como dos piezas complementarias que disfrutar una y otra vez en función de nuestras apetencias y necesidades puntuales. Dos joyas que ver una y otra vez para continuar descubriendo infinidad de detalles que pueden escaparse en cada visionado.