El “vamos viendo” es protocolo en la Argentina de 2021: en la mayoría de sus estamentos gubernamentales y, obvio, también en el fútbol. No existe en las ligas más competitivas del mundo un campeonato de Primera División con 26 equipos, sin descensos y con trofeos/copas cuyos nombres siguen variando, al punto de hacer difícil recordar cuándo se jugó por última vez una liga tradicional. Y no es que todo sea culpa de la pandemia. Aquí, en 2015, se disputó un certamen de elite con 30 clubes. Y eso que entonces la palabra Covid no era mencionada por nadie.
Si la cifra de participantes en la máxima división es llamativa comparada con la que puede verse en el espejo sudamericano que supone Brasil, lo que tiene para ofrecer la principal divisional de ascenso -la Primera Nacional- es de libro Guinness: 35 equipos. Sí, con cifra impar incluso, como para darle más glamour a la rareza. Y, como era de esperar, con una trastienda político-económica que traza el ADN ventajista y cortoplacista ya enquistado y potenciado en los eternos años de crisis argenta: “Mientras haya dinero…”.
Esta dinámica queda reflejada en el informe de Primer Plano de esta edición. También la aceptada imprevisibilidad de que, en vez de dos ascensos, pueda haber cuatro.
No es que en este país deba hacerse lo que otras federaciones aplican en sus regiones. Cada sector es un mundo dentro del mundo, se sabe. Lo que ocurre aquí es que se asume real una irrealidad: no son ni serán sostenibles certámenes así de masivos. Lo reclaman quienes solventan las finanzas de los clubes: los dueños de los derechos de la televisación de los partidos.
Todos los actores del fútbol “viven” de lo que paga la TV y todos saben que eso no alcanzará para todos, pero nadie tolera el sinceramiento de dejar fuera del reparto a instituciones que son fundamentales en el entramado político del fútbol argentino. Así, el “vamos viendo” creó una burbuja.
Y no sanitaria.
El texto original de este artículo fue publicado el 12/03/2021 en nuestra edición impresa.
Publicidad