El interés de Hollywood hacia el cine musical va a resurgir con fuerza durante las próximas semanas, ya que pronto llegarán a los cines ‘Cyrano’ y ‘West Side Story’, dos títulos que suenan con fuerza de cara a los próximos Óscar. Antes podremos ver ‘tick, tick… BOOM!’, el primer largometraje dirigido por Lin-Manuel Miranda que llega este viernes 19 de noviembre a Netflix tras un paso efímero por un número muy reducido de salas españolas.
Adaptación de un musical teatral de Jonathan Larson, también responsable del mucho más aclamado ‘Rent’, ‘tick, tick… BOOM!’ es una película que explora el proceso creativo y hasta qué punto puede consumir a los autores. Lo hace de forma más que notable y valiéndose de la mejor interpretación que Andrew Garfield hasta la fecha.
El protagonismo absoluto de Garfield
La forma más básica de ver la película es como un vehículo para el lucimiento de Garfield, quien se entrega en cuerpo y alma dando vida a Larson. Desde el primer momento transmite esa pasión por lo creativo que le ha llevado a estar casi una década preparando un musical que ve como la prueba de fuego para saber si está destinado a triunfar en Broadway.
Eso lleva a que la película esté marcada en todo momento por cierta sensación de urgencia, de que existe un plazo muy concreto para cumplir tus sueños antes de que acabes condenado a una existencia seguramente mucho más cómoda, pero también mediocre y alejada de cualquier creatividad real, algo bien reflejado en la película cuando el protagonista acepta por necesidad un trabajo que va totalmente en contra de lo que él es.
Por ello, Garfield domina todas las secuencias de ‘tick, tick… BOOM!’, algo hasta cierto punto comprensible porque el musical original nació como un monólogo rock interpretado en solitario por Larson. No fue hasta la muerte de su autor cuando se hizo una revisión de la obra para darle una estructura más tradicional y un mayor número de actores, pero siempre con Jonathan como protagonista indiscutible.
Una consecuencia de ello es que haya cierto elemento ególatra en ‘tick, tick… BOOM!’, pero siendo siempre una consecuencia directa de ese proceso creativo que al mismo tiempo que da la vida al protagonista, también le impide en más de una ocasión ver más allá de esa pasión desbordante.
Esa obcecación choca hasta cierto punto con su fluida forma de ser, como si estuviera atrapado en la obsesión de quién debería ser en lugar de sacar partido a quién es realmente. Todo ello alcanza su punto álgido en una de las secuencias más fascinantes de toda la función en la que el protagonista visita una piscina.
Muchas virtudes y alguna pega
Una culminación inmejorable de todo lo que había marcado a la película hasta entonces, pero también un gran ejemplo de que ‘tick, tick… BOOM!’ tiende a alcanzar cotas mucho mayores cuando lo íntimo pasa a primer plano, sea con el protagonista dando al fin con la esquiva inspiración o cuando se da más peso al lado más emotivo del relato, como esa secuencia con Garfield acompañado solamente por un piano tras enterarse de algo particularmente dramático. Eso sí, en lo referente a su relación de pareja la cosa nunca termina de llegar tan alto como debería.
Eso es algo que también se nota en los números musicales, quizá porque ‘tick, tick… BOOM!’ no abundan precisamente esos momentos de asombrar al espectador con un torrente visual y de emociones, de dejar desarmado al espectador ante el espectáculo que acaba de acontecer ante sus ojos. Algo hay -pienso sobre todo en una que sucede en el lugar de trabajo del protagonista-, pero quien se acerque a ella buscando principalmente eso va a acabar un tanto decepcionado.
Miranda parece querer compensar en parte eso a través de un ritmo hasta cierto punto vibrante, como si fuera una canción en la que el ritmo nunca puede parar y que no encuentra un alivio real hasta que falta apenas una hora para representar la obra. Con esto no quiero llevaros a engaño, no es algo exagerado, pero sí que se percibe desde el primer momento a través del montaje o la energía visual que intenta darle a la película -aunque en el segundo punto quizá acaba resultando algo más convencional de lo deseable en el tratamiento de las imágenes-, usando para ello una estructura narrativa bastante acertada -y mucho más marcada durante los primeros minutos- para lo que busca potenciar.
A cambio, Miranda tiene que hacer un importante sacrificio durante la mayor parte de ‘tick, tick… BOOM!’, y es dejar que esa parte más emocional e íntima que mencionaba antes tenga unos cimientos lo suficientemente fuertes. Eso es algo que se compensa en parte por el buen trabajo de su reparto, ya que es cierto que Garfield brilla por encima de todos, pero ojo por ejemplo también a la valiosa aportación de Robin de Jesús como Michael, un personaje clave para mantener los pies en el suelo del protagonista.
A todo eso hay que añadir lo bien que funciona ‘tick, tick… BOOM!’ captando el encanto único de una ciudad como Nueva York, pero también recordando una época muy concreta en la que el sida causaba estragos y algunas personas simplemente veían que tarde o temprano también iban a caer. Obsesiones habituales en la obra de Larson que obviamente no podían faltar en un musical de estas características, ya que acabó encontrándose a sí mismo como artista escribiendo de aquello que realmente conocía.
En resumidas cuentas
‘tick, tick… Boom!’ es un muy buen musical en el que Andrew Garfield brilla con luz propia. Hay más cosas que celebrar en el debut de Lin-Manuel Miranda como director, pero también es justo reconocer que le falta ese algo que separa las cosas que merecen mucho la pena de las que son realmente imprescindibles.