Vamos a ser honestos. Las nominaciones a los Goya 2022 han puesto en evidencia que el 2021 no ha sido el más brillante para el cine español. Pero dentro de que quizá algunas elecciones sean más cuestionables que otras, lo que ha dejado patente este año es que las categorías son un subterfugio de un sistema de elección que va en paquetes predeterminados por películas que deben ir en conjunto y que el enunciado del premio no significa mucho.
Podríamos entrar en por qué no se ha nominado a mejor película a algunas obras que han tratado de decir algo nuevo, pero el enfoque tradicional y aburrido ya lo han demostrado una y otra vez en las absurdas elecciones de la Academia de cine para nuestra representación en los Óscar año tras año. No estamos aquí para cambiar la tendencia o la política de quienes deben estar en algunas de las categorías principales.
La obligación fantasma de ligar las categorías ‘Mejor película y dirección’
Sin embargo, las selecciones de algunas categorías resultan especialmente llamativas por su lógica dudosa, en algunos casos que desafían la propia semántica. Podríamos preguntar de tú a tú a los votantes la explicación para encajar ‘El buen patrón’ en la categoría de efectos especiales, pero la presencia de 3 de 4 actores de reparto de la misma en una categoría es suficientemente revelador de la voluntad de la institución con respecto a la película. Desde luego, la presencia de ‘Madres paralelas‘—todo el respeto a su carga de autor– en la categoría de Mejor fotografía, con ese aspecto digital, de película Alemana de sobremesa, llama la atención.
Pero en cuestión de dirección, el movimiento político crea un conflicto directamente con el sentido de lo que se está premiando. No entramos en la categoría de ‘Mejor dirección novel’, porque en ese caso podemos entender que se premia a una película recién llegada en su conjunto, se valora la revelación y se premia a la persona detrás. Pero en el caso de la categoría general, ¿qué se está premiando?
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Fernando León de Aranoa por ‘El buen patrón’
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Icíar Bollaín por ‘Maixabel‘
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Pedro Almodóvar por ‘Madres paralelas’
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Manuel Martín Cuenca por ‘La hija‘
La degradación del término “dirección”
Solo se cuela un nombre que no está ya en mejor película, el de Martín Cuenca por ‘La hija’. En otros casos también coincide con mejor guion. Se puede entender que cuando se premia la película, puede resultar una falta de cortesía no darle la estatuilla a un nombre propio, y que salga a buscar el bronce un señor con traje y mucho dinero al que no conocemos en vez del alma creadora de la misma. También podemos comprender que en caso de conflicto en la entrega pueda utilizarse el comodín de “dirección” para repartir los premios y solucionar la papeleta.
Ahora bien, ¿no nos habremos acostumbrado de forma grosera al uso de la categoría de forma absolutamente abstracta? Cuando entramos en los denostados apartados de “categorías técnicas” parece que hablamos de una liga menor, de unos reconocimientos diseñados para que los autores de las películas premiadas vuelvan de la gala a su casa deprimidos y con complejo de inferioridad, ¡qué fracaso! “me he llevado 4 Goyas, pero solo en las categorías técnicas”. Sin embargo, hay una verdad mucho más comprobable y pura en los maquillajes, los efectos especiales, el vestuario o el diseño de producción.
Como cineastas experimentados, ¿no percibirán Almodóvar, Bollaín o León de Aranoa que estas películas tienen direcciones salvamuebles, discretas y muy lejos de sus mejores trabajos en algunos casos, con la comodidad de autores consagrados que se dedican a colocar la cámara sin hambre ni versatilidad para su narrativa visual? De nuevo surge la pregunta de lo que se está premiando realmente en estos casos. Podría quedar extraño sacar algunos nombres a la palestra por películas que quizá no merezcan otros premios, pero si nos atenemos a la terminología de esta categoría no se entienden determinadas ausencias.
Regreso del cine Quinqui y un atraco internacional de gran escala
No hay forma de comprender que ‘Las leyes de la frontera’ no tenga un reconocimiento a sus notables secuencias en carretera, a un nivel vertiginoso y resueltas con un gusto por el cine al que hace homenaje que parece comprender los engranajes de lo vintage con la mirada más actual y técnicamente competente. Daniel Monzón está a un nivel de manejo de la cámara envidiable. También resulta imponente la mirada de gran cine comercial de un recuperado y muy firme Jaume Balagueró en ‘Way Down’.
El catalán no solo es capaz de orquestar grandes escenas de acción a contrarreloj, dignas de obras de gran espectáculo para llevar a multisalas en cualquier país, sino algunas de las estampas más multitudinarias vistas nunca en nuestro cine, con un Madrid recogido de forma majestuosa y un dominio del espacio envidiable, además de ofrecernos imágenes con el mejor efecto especial deseable en tiempos de Covid-19, las aglomeraciones de personas de verdad sin utilizar programas de duplicación.
Pese a ser algo plomiza, maniquea e ideológicamente tendenciosa, salta a la vista de cualquiera que el ambicioso empaque visual de Igor Legarreta para ‘Todas las lunas’ es muy reseñable; reconocido internacionalmente por la crítica, está muy por encima de la televisiva ‘Akelarre’, que tantos Goyas consiguió el pasado año. La muy entretenida ‘Bajo Cero’ no solo tiene un acabado visual superior a la media de 2021, sino que sus escenas de acción y el pulso de Lluís Quílez deberían de subir los colores a más de uno.
Un Polanski valenciano y un éxito de la crítica inconveniente
‘La abuela’, nominada por efectos especiales, tiene una dirección de Paco Plaza cuidadísima, con una puesta en escena opresiva y artie, rica en matices de oscuridad y colores mortuorios que caminan mano a mano con la coherencia temática de la película, con reminiscencias a Polanski y el cine de los setenta casi inédita en nuestro panorama reciente. Sin ser tan espectacular, la forma en la que ‘Destello Bravío’ recoge el espacio casi onírico de la España Vaciada resulta, cuanto menos, mencionable.
Se podría jugar la carta de que la Academia sigue sin gustarle el cine de género y con vocación comercial, el eterno complejito que impide destacar algo que no sea un drama, dramedia comprometida o cine de autor. Pero no solo hablamos de cine con voluntad de entretenimiento, hay caso como la película de Rodrigo Cortés ‘El amor en su lugar’, de reciente estreno, que ha obtenido dos nominaciones a vestuario y producción mientras la crítica a está alzando como una de las grandes películas del año ¿Ha llegado demasiado tarde al reparto del pastel o no quedaban ya huecos libres desde un principio?
No es necesario que se le haga caso a películas que no entren en el espectro de interés de la Academia, ni es necesario reivindicar nombres que merezcan más o menos, pero si vamos a designar una categoría como dirección, no cabe valorar dentro únicamente el guion de ‘El buen patrón’, las interpretaciones y el aura autoral de ‘Madres paralelas’, el contenido emocional y político de ‘Maixabel’, sino de vez en cuando tener en cuenta algo de la ambición del lenguaje visual, la fuerza narrativa, la personalidad de las tomas y la puesta en escena de nombres tremendamente válidos, especialmente en un año especialmente marchito para nuestra cinematografía.