Aunque desde la victoria de ‘Parásitos’ ya se abandonó el prototipo de “película de Óscar”, eso no significa que no haya productoras que traten de colar un par de biopics que antaño podrían haber rascado nominaciones. Es el caso de ‘Till: el crimen que lo cambió todo’, una cinta con vocación de “historia que necesita ser contada” pero sin alma, filmada para resonar en la siempre cíclica sociedad estadounidense. El resultado es, tristemente, tan impactante en su contenido como vacío en su continente.
La tierra de las oportunidades
Cantaba Childish Gambino en su inmortal himno ‘This is America’ “You just a black man in this world, you just a barcode”, que demuestra que puede que el enfado en las calles haya aumentado a lo largo de los años, pero el racismo en la sociedad estadounidense no ha variado tanto desde los tiempos que se reflejan en ‘Till’. La historia de la cinta (un niño negro apaleado por blancos hasta la muerte por hablarle a una dependienta) tiene que ser contada y recordada, sí, pero no de una forma tan abrumadoramente formulaica.
Chinonye Chukwu es capaz de crear momentos icónicos y frustrar al espectador en su búsqueda por la justicia para Bo, pero no es suficiente para levantar una película que falla en un guion excesivamente básico. La falta absoluta de matices (los buenos son buenísimos, los malos son infames) lastra un libreto que podría haber dado más de sí pero se conforma en traspasar los hechos de la página de Wikipedia de Emmett Till a celuloide, confiada en que el público hará el trabajo de reflejar la actualidad en el metraje.
La fórmula del biopic es la que esperas desde el minuto uno, incluidas las conclusiones al final que te cuentan el futuro de los protagonistas y cómo sus acciones afectaron al mundo real. No trata de innovar en fondo ni forma, y para un público europeo no se puede empatizar del todo con la historia: al fin y al cabo, no es un reflejo de nuestra realidad, sino de un país roto desde sus raíces que nadie ha conseguido arreglar del todo.
Sweet home, Mississippi
‘Till’ es predecible y le falta garra en su dirección, sí, pero no por ello su actriz principal, Danielle Deadwyler, frena en su dramática composición de Mamie, una madre coraje cuyo sufrimiento es mayúsculo a lo largo del metraje pero, paradójicamente, destaca más en sus momentos contenidos, cuando su rabia se entremezcla con la resignación y la esperanza. Aunque la actriz ha quedado fuera de la carrera hacia los Óscar, es una de las grandes del año y nadie se lo puede quitar.
Pero todo lo que ella consigue elevar a ‘Till’ no es definitorio: la propia película sorprende con una planicie argumental que acaba por caer en lo repetitivo, demostrando que el impacto visual (la icónica imagen de la cara de Bo machacada) no es suficiente para mantener el interés. Eso no quiere decir que sea mala en absoluto, pero sí es un lugar común, una cinta que has visto sin haber visto y que hace las labores de documental dramatizado.
Y nada de esto invalida la poderosa historia de Mamie y Bo, que ha sido retratada ya en decenas de obras de teatro, películas, series, cuadros y hasta canciones y es bien conocida más allá del charco porque cambió, efectivamente, los derechos raciales para siempre. De hecho, no me cabe duda de que el impacto de esta cinta y el recuerdo de lo que pasó en la sociedad estadounidense, especialmente en la afroamericana, es duro y necesario, pero ‘Till’ cuenta con un estado de ánimo en el espectador y un trasfondo social que se da en la sociedad americana pero que, traspasadas sus fronteras, pierde efectividad.
Arde Mississippi
Es imposible ver esta película y no sentir la sangre calentarse al comprobar el trato que se le daba a los afroamericanos en los años 50. Sorprende, de hecho, comprobar que después de la II Guerra Mundial, en el momento de supuesto boom del modo de vida americano, las persecuciones raciales y los apaleamientos eran no solo permitidos socialmente, sino también por la justicia. La lección de historia es impactante, pero también lo habría sido en cualquier formato que se nos presentara.
‘Till’ utiliza una fórmula ya gastada en un panorama audiovisual que ya no es tan inocente como para aceptar cualquier tipo de presentación solo por estar envuelta en una historia potente. Sin embargo, hay escenas en las que logra salirse de la media de las biografías audiovisuales al uso y ficcionar momentos clave de la historia con diálogos abrumadoramente potentes (“Han vuelto a matar a mi hijo”, musita en el juicio Mamie). Tristemente, no llega a convertirse en el biopic que aspira a ser y termina por conformarse con una realización común y evidente.
Ojalá pudiera decir lo contrario, pero ‘Till’, más allá de su portentosa actuación principal y de su increíble lección de historia, se queda en tierra de nadie, como un biopic muy útil para entender la América contemporánea pero que resonará más en aquellos lares que aquí. Es impactante, sí, pero también insípido. Y eso es lo peor que le puede pasar a un biopic.