Se suele decir que hacer reír es más difícil que hacer llorar, pero no siempre es así de cierto o tajante. Las lágrimas honestas, esas que caen sin darte cuenta sintiendo dolor y auténtica compasión por lo que se está proyectando, sin engaños artificiosos a través de la música o de un guion maniqueo y machacón, no son tan comunes. ‘The quiet girl’ es uno de estos pocos ejemplos en los que un plano final consigue poner los 90 minutos anteriores bajo otra luz, reconsiderando su propia historia y consiguiendo que te apiades de unos personajes rotos cuyo camino juntos está destinado a truncarse.

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La chica, que no habla

Los primeros minutos de ‘The quiet girl’ pueden confundirse fácilmente con un cine excesivamente lento rozando el misery porn, pero no hay otra manera de presentar la angustia de Cáit, el infierno interior de quien siente que solo es un personaje secundario en su propia vida, que no sabe jugar con las pocas cartas que se le han dado, que siente pero no padece. O quizá padece, pero es incapaz de sentir.

¿Qué ocurre cuando a una niña que no ha conocido el amor paterno le dejas vislumbrar lo que podría ser su vida? ¿Y si esa vida tuviera fecha de caducidad? Al igual que Kore-Eda con sus estupendas películas sobre la familia encontrada (la última, ‘Broker’), ‘The quiet girl’ reflexiona sobre lo que convierte a alguien en familia, más allá de la cosanguinidad. Es una galleta que te dejan en la mesa, una carrera hacia el buzón, la oportunidad de ser libre, un bello momento, por mínimo que sea, en el que puedes apuntar a la felicidad.

Quiet Girl

Pero lo que podría ser una película con buenas intenciones pero algo vacía en el fondo va ganando capas y profundidad con una revelación que cambiará por completo lo que sabíamos sobre esa familia temporalmente adoptiva, y que recontextualiza todo lo que hemos visto hasta ese momento: ese hombre huraño incapaz de tener un gesto cariñoso, esa mujer siempre felizmente amarga, la neblina inconsistente de una segunda oportunidad truncada.

A flor de piel

Esta no es una de esas películas donde la protagonista abre una puerta y de pronto se encuentra en un mágico mundo de alegría: el paisaje jamás deja de ser la Irlanda de inicios de los 80, tan majestuosa como agobiante, tan indómita como pequeña. Lo que cambia es la actitud vital, el descubrimiento de una vida que se le había negado: para Cáit, el maravilloso mundo de Oz no tiene nada que ver con la magia. Solo con sentirse, si no apreciada, al menos vista.

Quiet Girl 2

La niña protagonista de ‘The quiet girl’ no quiere destacar por sus talentos, ni cumplir su sueño, ni intentar luchar por sus creencias. Su deseo es mucho más básico, natural y comprensible: que alguien reconozca su existencia. Sentirse válida, única y apreciada. ¿Cómo vas a hablar o mostrar tus sentimientos si a nadie le importa nada de lo que tengas que decir? Es fascinante ver durante la hora y media de metraje cómo el personaje arregla una pequeña parte de lo que tiene roto, pero como espectadores somos conscientes de que jamás podrá curar de todo el trauma.

Y, al final, culmina en la que, por ahora, es la mejor escena de 2023: una carrera sin sentido real, puramente emocional, en la que es inevitable volver a pensar en su vida a partir de ese momento, en lo que ha evolucionado, las posibilidades de una vida alternativa, la felicidad acariciada y nunca conseguida, el abrazo que sella un destino incierto. Puede que haya espectadores que abandonen la película (sobre todo cuando esté disponible en streaming) tras unos minutos de preparación tan tediosos como necesarios, pero estarán cometiendo uno de los mayores errores de este año. El golpetazo emocional no se olvida fácilmente.

Una película que no callarse

La nominación a los Óscar como mejor película extranjera (donde tiene virtualmente cero posibilidades de ganar) ha hecho que la cinta, por suerte, no pueda ser calificada como “el secreto mejor guardado del cine irlandés”: con suerte, un buen número de personas que jamás se acercarían a una historia rodada en gaélico entenderán a esta niña en su proceso por dejar de ser una simple sombra.

Catherine Clinch, a sus 13 años, ya es un talento que seguir de cerca: su interpretación de Cáit es uno de los trabajos más honestos, honrados y únicos de los últimos tiempos, y hace imposible no conmoverse ante cada pequeño paso hacia adelante de su personaje. Claro está, nada sería su fabuloso papel sin un guion que se niega a ser la historia que te esperas y da un par de volantazos emocionales únicos y casi retadores, dispuesta a dejar el corazón molido en mil pedazos.

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‘The quiet girl’ puede que no tenga el ritmo que el cine actual acostumbra: no es vibrante ni su montaje hace que cada escena se mantenga la atención continua. Pide mucho del espectador, pero después le premia aún más. Si eres capaz de seguir una narrativa pausada, que vive en los pequeños detalles y en una evolución a paso de hormiga, la cinta, tan plagada de belleza como de escenas orgánicamente lacrimógenas, te devolverá el esfuerzo con creces.