Dentro
del
marco
del
Hasta
el
alma
tour,
en
la
noche
del
sábado,
el
cantante
lujanense
Luciano
Pereyra
(42
años)
ofreció
el
último
de
una
saga
de
seis
shows,
que
arrancaron
el
año
pasado
y
finalizaron
una
hora
antes
de
medianoche,
en
el
Movistar
Arena
de
Ciudad
de
Buenos
Aires,
ante
una
multitud.
Pese
al
asunto
de
la
despedida
del
público
porteño
y
de
quienes
se
acercaron
desde
otras
provincias
para
ovacionarlo
(hubo
gente
de
Entre
Ríos,
Santa
Fe,
Córdoba
y
de
rincones
de
la
Patagonia),
la
frutilla
del
postre
la
otorgó
la
visita
de
su
querido
amigo
Abel
Pintos,
quien
se
acercó
justamente
en
el
día
de
su
cumpleaños
número
40,
para
festejarlo
juntos
sobre
el
escenario,
entonado
dos
canciones
y
elogiándose
ante
la
mirada
de
todo
un
recinto
que
clamó
en
ese
tramo
trascendental
del
espectáculo
de
alta
envergadura.
Aunque
mucho
antes
de
que
sucediera
ese
hecho
tanto
musical
como
humano,
el
clima
ya
era
de
festividad
y
emotividad
desde
que
arrancó
la
velada,
a
las
21.10,
con
un
total
de
19
canciones
y
un
popurrí
de
éxitos.
La
relación
de
Pereyra
y
su
público
cuenta
con
una
particularidad:
existen
familias
devotas
y
un
cantautor
que
desborda
de
amor
por
ellas,
a
punto
tal
que
cuando
la
emoción
lo
supera,
no
disimula
lágrimas,
no
le
gana
el
pudor.
Eso
mismo
sucedió
en
cierta
parte
del
recital
cuando
los
sentimientos
a
flor
de
piel
lo
llevaron
a
llorar
y
a
mirar
a
los
ojos
a
su
gente,
bien
de
frente,
sin
vergüenza.
Por
eso
lo
idolatran.
Es
que
Luciano,
a
diferencia
de
otros
artistas
argentinos,
cuenta
con
ese
plus:
cuando
entona
una
canción,
la
siente,
la
vive
y,
encima
de
todo,
la
comparte
como
nadie
jamás.
Esa
especificación
la
conserva
desde
los
16
años,
cuando
arrancó
con
una
guitarra
criolla
a
cuestas
en
el
mundillo
musical.
Y
ese
detalle,
a
su
vez,
no
pasó
inadvertido
ante
la
mirada
de
Horacio
Guarany,
quien
fuera
su
padrino
artístico,
además
de
vecino
de
la
ciudad
en
la
que
nació
el
ahora
adulto
Luciano
Pereyra.

le
celebró
el
cumpleaños
a
Pintos
arriba
del
escenario.
Foto
Captura
El
cantante
irrumpió
sobre
tablas
con
un
traje
claro
y
unas
cancheras
zapatillas
blancas
con
dos
tiras
negras.
Primeramente,
se
plantó
en
el
centro
del
escenario,
pero
enseguida
su
cuerpo
lo
llevó
al
baile
y
a
contagiar
a
los
suyos
de
energía
positiva.
Luego
de
arrancar
con
tres
canciones
de
su
última
placa
discográfica,
Hasta
el
alma,
recién
saludó
a
los
presentes:
“¡Buenas
noches,
Buenos
Aires!”,
exclamó
con
notable
alegría.
Incluso,
cuando
por
primera
vez
se
dirigió
de
manera
más
amplia
a
los
comensales,
antes
de
Te
has
enamorado
de
mí,
canción
que
en
su
versión
original
grabó
con
la
colombiana
Greeicy
Rendón.
“Una
alegría
estar
acá.
Una
noche
más,
es
la
sexta
y
la
última
noche.
Hemos
pasado
momentos
divinos
en
esta
hermosa
casa.
Quiero
agradecer
a
mi
grupo
de
Luján
Producciones
y
al
sello
discográfico.
Agradecido
también
a
ustedes
por
estar
pese
a
los
momentos
difíciles
que
nos
toca
pasar.
Espero
estar
a
la
altura
de
este
amor
que
me
dan”,
expresó.
Luces
en
tonalidades
fuertes
inundaron
el
recinto:
no
solo
desde
las
pantallas
del
escenario,
sino
también
desde
las
bandejas
de
cada
rincón
del
estadio.
Iluminaciones
verdes,
rojas,
azules
ejercieron
un
rol
crucial
en
el
carácter
visual
del
show
durante
todo
su
contenido.
A
su
vez,
imágenes
digitales
de
montañas,
corazones
enormes,
esferas
coloridas
e
incluso
siluetas
de
parejas
al
estilo
animé.
Por
lo
tanto,
se
trató
de
una
proposición
óptima
muy
moderna,
a
la
altura
de
grandes
espectáculos
internacionales.
Todo
el
primer
tramo,
el
artista
y
sus
coequipers
musicales
(batería
a
su
izquierda,
a
su
diestra
una
percusión,
dos
guitarras,
bajo
y
batería)
se
lo
dedicaron
a
lo
que
mejor
le
sientan:
mixturar
ritmos
tradicionales
norteños
con
pop
y
hasta
cumbia.
Para
la
chacarera
Amaneciendo,
el
astro
que
inició
lo
suyo
en
el
folclore,
pero
que
después
fue
virando
a
otros
estilos,
se
colgó
una
guitarra
y
marcó
la
rítmica
con
precisión.
Luego
se
sacó
el
saco
y
se
quedó
con
una
musculosa
negra,
ante
el
vitoreo,
principalmente
de
su
público
femenino.
Luciano
&
Abel

y
Abel
Pintos,
colegas
y
viejos
conocidos
desde
la
infancia.
Foto:
Captura
“Para
mí
es
una
noche
especial.
Porque
aquí
no
hay
diferencias
deportivas,
sociales
ni
políticas.
Aquí
corre
la
felicidad
de
cantarles,
de
cantarnos.
El
público
se
renueva”,
puntualizó,
luego
tomó
aire
y
siguió
con
un
dato
importante.
“La
canción
que
voy
a
cantar
es
una
historia
como
la
mía.
Y
le
dio
un
título
a
un
disco.
Les
cuento
algo:
los
clubes
de
fans
suelen
hacerme
regalos
todos
mis
cumpleaños.
Y
todo
lo
que
recibo
siempre
se
lo
dono
a
comedores
de
ancianos
y
escolares.
Es
un
gesto
para
el
alma
y
para
el
corazón”.
Sus
palabras
fueron
el
puntapié
para
entonar
la
balada
Tu
mano,
que
luego
continuó
con
otras
baladas.
Y
con
el
protagonista
con
su
guitarra
en
el
centro
de
las
tablas,
sentado
sobre
una
banqueta
alta.
Detrás
regresaron
los
carnavalitos
modernos,
imágenes
de
hojas
verdes
y
una
llamativa
mariposa
en
movimiento
sobre
el
telón
de
fondo,
hasta
que
sucedió
el
arribo
de
su
gran
amigo
de
Bahía
Blanca.
La
relación
entre
Luciano
Pereyra
y
Abel
Pintos
data
desde
los
comienzos
de
la
carrera
de
ambos.
Arrancaron
casi
paralelamente
con
el
folclore,
siendo
parte
de
una
renovación
del
mismo
e
incorporando,
años
más
tarde,
instrumentos
eléctricos
a
la
escena.
Por
tal
motivo,
el
crecimiento
fue
casi
en
paralelo.
Incluso,
gran
parte
de
sus
simpatizantes
participan
de
los
conciertos
de
los
dos:
razón
más
que
suficiente
para
que
fuera
un
golazo
de
media
cancha
la
irrupción
de
Pintos
de
manera
sorpresiva.
Aunque
antes,
Pereyra
lo
presentó,
apenas
diez
minutos
después
de
las
diez
de
la
noche
“Me
da
mucha
ansiedad
este
momento.
Hace
muchos
años
que
nos
conocemos.
Tuvimos
la
oportunidad
de
compartir
muchos
escenarios.
Tenerlo
es
un
sueño
hecho
realidad.
Y
es
un
honor
compartir
con
ustedes
y
con
mi
hermano
Abel
Pintos”.
De
pronto
el
estadio
festejó
sin
cesar
el
encuentro.
Mientras
que
los
vocalistas
se
fundieron
en
un
abrazo
casi
interminable.
Abel
estaba
vestido
de
negro
y
llevaba
un
chal
de
seda
oscuro
con
detalles
plateados,
además
de
un
aro
largo
que
colgaba
de
su
oreja
izquierda.
El
visitante
saludó
al
público,
cruzó
algunas
palabras
de
cariño
con
su
compañero
anfitrión,
quien
de
inmediato
confió
a
los
asistentes
que
era
el
cumpleaños
de
su
invitado.
Enseguida
Abel
respondió:
“Yo
vine
de
manija,
también.
Necesitaba
cantar
esta
canción
ahora”.
Fue
allí
cuando
entonaron
Hasta
el
alma,
tema
que
grabaron
juntos
y
cuenta
con
un
videoclip
y
que
obtuvo
gran
repercusión
entre
los
fanáticos
de
los
dos
artistas.
“Muchas
gracias.
Ustedes
sí
saben
lo
que
significan
para
nosotros.
Fue
un
proceso
hermoso
haber
escrito
esta
canción.
Le
damos
gracias
a
Rodo,
el
productor
de
la
misma,
y
a
Marcela
Morelo,
que
estás
aquí
entre
el
público
presente”,
arremetió
Luciano.
Pero
no
finalizó
ahí.
“La
anterior
vez
que
Abel
vino,
le
pedí
como
fan
de
él
que
cantara
una
canción
para
mí.
Es
una
maravilla
que
esté
pasando
esto
aquí.
El
vivir
es
ahora.
Esta
para
mí
ya
marca
historia
en
mi
vida,
estoy
muy
emocionado”,
continuó.
A
lo
que
Abel
fue
escueto,
pero
directo:
“Este
tipo
es
imposible…”,
dijo,
con
una
sonrisa
radiante.
Después,
Luciano
apareció
con
un
torta
de
cumpleaños,
entonó
el
cumpleaños
feliz
para
su
querido
amigo,
con
todo
el
público
con
secuaz
y
arremetió
con
algunos
chistes.
Por
pedido
del
público,
hubo
una
canción
de
yapa:
la
cumbia
Una
mujer
como
tú.
Prosiguió
la
despedida
de
Abel
y
lo
que
restó
del
concierto.
El
tramo
final
contó
con
un
popurrí
de
temas
muy
populares
de
la
extensa
obra
de
Pereyra.
Un
cambio
de
atuendo,
un
falso
final
tras
terminar
Quédate
conmigo.
Y
los
bises,
que
la
estrella
coronó
con
Si
te
vas,
pero
en
versión
cuartetera,
con
todos
de
pie
y
bailando
con
regocijo.
En
definitiva,
la
última
noche
de
Luciano
Pereyra
en
el
estadio
de
Villa
Crespo
fue
de
júbilo.
Y
el
fuerte
vínculo
amoroso
probablemente
haya
sido
lo
más
destacable:
tanto
a
nivel
relación
del
cantor
con
sus
simpatizantes
como
esos
impresionantes
abrazos
fraternales
con
su
compinche
del
alma,
un
tal
Abel
Pintos.