Aunque
no
lo
parezca,
fuera
de
nuestra
burbuja
aún
hay
que
hacer
una
labor
evangelizadora
en
lo
concerniente
a
la
animación,
remarcando
y
subrayando
que
se
trata
de
un
medio
más
que
un
género
y
que,
de
hecho,

no
es
necesariamente
para
niños
.
Si
ejemplos
como
‘BoJack
Horseman’
,
‘Unicorn
Wars’
,
‘Anomalisa’
o
la
mitad
del
anime
que
llega
a
España
no
son
suficientes,
ahora
tenemos ‘Memorias
de
un
caracol’,
un
increíble
(y
tristísimo)
largometraje
realizado
durante
ocho
años
en
stop
motion
y

que
puede
acabar
con
vuestros
lacrimales…
y
con
la
inocencia
de
los
más
pequeños.

Saca
los
cuernos
al
sol

Sí, ‘Memorias
de
un
caracol’
está
protagonizada
-en
parte-
por
niños
y

sus
diseños
parecen
propios
de
algún
extraño
programa
infantil
de
los
90
,
pero
la
historia
que
muestra
va
mucho
más
allá:
habla
de
problemas
mentales,
perversiones
sexuales,
muerte,
pérdida,
obsesión
y
la
eterna
tristeza
de
crecer
sin
saber
quién
eres
exactamente.
Eso
no
significa
que
sea,
en
sí,
una
película
que
pinche
e
insista
en
lo
lacrimógeno.
Al
contrario:
su
protagonista,
que
narra
su
vida,
siempre
intenta
quitarle
hierro
al
trauma
e
introducir
momentos
de
humor
muy
agradecidos,

formando
una
mezcolanza
de
géneros
que
se
torna
apasionante
desde
el
primer
minuto
.

La
animación,
obra
de

Adam
Elliot

(que
ya
sorprendió
a
propios
y
extraños
hace
una
década
con
la
increíble ‘Mary
and
Max’),

recupera
y
reivindica
lo
artesano
en
tiempos
de
animación
por
ordenador
,
pero,
además,
toma
riesgos
estéticos
con
unos
diseños
claramente
feístas
que
no
están
destinados,
bajo
ningún
concepto,
a
vender
merchandising.

Es
pura
independencia,
un
proyecto
casi
suicida
destinado
a
un
nicho
de
espectadores

que
tendrá
suerte
-y
esperemos
que
la
tenga-
si
consigue
una
nominación
al
Óscar.
Debería,
desde
luego,
si
los
académicos
pretenden
continuar
demostrando
que
van
más
allá
de
las
secuelas
Disney
de
turno.

Personalmente,
eso
sí,
creo
que ‘Memorias
de
un
caracol’
(pese
a
ser
una
obra
única
e
instigar
a
verla
y
atesorarla)

cae
excesivamente
en
la
excesiva
lamentación
y
el
drama
exacerbado
,
a
veces
de
manera
forzada.
En
la
búsqueda
de
esta
exploración
de
la
miseria
y
la
enfermedad
mental,
de
hecho,
toma
desvíos
que
no
funcionan
tan
bien
como
deberían
y
que
acaban
por
lastrar
un
poco
la
experiencia
general.
Por
suerte,

sabe
compensarlo
con
unos
personajes
fantásticos

y
un
buen
puñado
de
secuencias
perfectas
que,
si
bien
se
pueden
intuir,
siguen
cumpliendo
su
propósito
sin
mella.
Por
ponerlo
en
cristiano:
no
os
dejéis
los
pañuelos
en
casa.

La
depresión
del
caracol

Visualmente,
la
película
es
lo
más
parecido
al
arte
y
ensayo
que
hemos
visto
en
la
animación
-más
o
menos-
mainstream
de
un
tiempo
a
esta
parte,
con

atrevimientos
visuales
y
formales
que
nos
transportarán
a
un
universo
propio

que
no
se
parece
a
nada
que
hayamos
visto.
Tiene
mérito,
sobre
todo
en
un
panorama
cinéfilo
dominado
por
las
corporaciones
en
el
que
parece
que
no
pueda
ya
existir
una
sola
obra
que
nos
sorprenda.
Pero
es
que
además,
como
he
dejado
caer
antes,

su
guion
evita
de
manera
muy
inteligente
dejar
un
poso
de
tristeza

en
el
espectador,
que,
de
hecho,
es
probable
que
salga
de
la
película
esperanzado.

Porque,
al
final,
la
lección
que ‘Memorias
de
un
caracol’
nos
deja
es
que

la
vida
tiene
dolor,
baches
y
puñaladas
por
la
espalda,
pero
siempre
va
hacia
delante
.
Y
el
destino,
por
suerte,
siempre
tiene
el
potencial
de
merecer
la
pena,
porque
el
desconsuelo
nos
ha
modelado
para
recibir
las
alegrías
con
mayor
pasión
incluso
que
cuando
éramos
inocentes.
Y
todo
esto
mientras,
al
mismo
tiempo,
hace
un
elogio
a
los
bichos
raros.
No
en
plan “lee
tebeos,
qué
persona
más
extraña”,
sino
a
los
de
verdad,
a

aquellos
que
se
obsesionan
con
cosas
nimias
,
que
no
se
dejan
amedrentar
por
lo
que
digan
los
demás,
que
encuentran
solaz
en
tener
a
alguien
al
lado,
callado,
disfrutando
de
sus
rarezas.
Normalmente
estarían
condenados
a
un
papel
cómico
secundario,
pero
aquí
toman
el
escenario
principal.

‘Memorias
de
un
caracol’
sabe
que
es
una
película
especial.

Tanto,
que
consigue
algo
increíble:
que
pese
a
que
claramente
estemos
viendo
caras
rechonchas
modeladas
con
plastilina,
caracoles
que
guiñan
sus
ojos
y
llamas
hechas
de
celofán
de
diferentes
colores,
nos
parezca
fervientemente
real
en
todo
momento.
Aunque
en
todo
momento
reivindica
su
calidad
de
cinta
de
animación
que
no
se
podría
haber
hecho
de
ninguna
otra
manera,

consigue
que
nos
olvidamos
del
artificio
después
de
esa
impresionante
primera
escena

que
marca
como
pocas
podrían
el
tono
tragicómico
con
el
que
consigue
revelarse
como
una
de
las
grandes
sorpresas
del
año.

Seamos
sinceros:
con
sus
más
y
sus
menos,
sus
toques
de
animación
originales
y
sus
posibles
guiños
a
los
adultos,
a
la
hora
de
enfrentarnos
a
una
película
de
Disney,
Pixar,
DreamWorks,
Sony
o
incluso
Aardman
ya
sabemos
lo
que
vamos
a
encontrarnos.
Hay
capacidad
de
sorpresa
(como,
por
ejemplo,
en
‘Robot
Salvaje’

o
‘El
gato
con
botas:
el
último
deseo’
)
pero

nunca
nos
van
a
romper
todos
los
esquemas
hasta
su
base
misma.

Sin
embargo, ‘Memorias
de
un
caracol’

lo
logra
sin
un
esfuerzo
aparentemente
consciente,
desde
un
inicio
inesperado
hasta
un
final
que
te
dejará
con
una
sonrisa
temblorosa
catando,
quizá,
una
lagrimilla
cobarde
que
aún
ruede
por
tu
mejilla
mientras
te
preguntas “¿Cómo
es
posible
que
esto
exista?”.

¿Y
acaso
no
es
esa,
en
esencia,
la
magia
del
cine
en
su
estado
más
puro?

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