Se juega para ganarle a un contrincante. Esa premisa nos llega desde las zonas oscuras de la historia. Hay diversas clases de juegos, variadas motivaciones, diferentes pasiones. Siempre se trata de ganar. Cuando aparece un juego como el fútbol, que exige destreza física para hacer cosas básicamente con los dos miembros inferiores, que no son los más hábiles, el juego tiene un componente de belleza.
Se juega para ganar, pero también para hipnotizar con el virtuosismo de los trucos. Hay algo de ballet, algo de prestidigitación con los pies, algo de coreografía, de exuberancia, de táctica y estrategias -esto es, de inteligencia afuera y adentro de la cancha-, hay suerte o mala suerte, hay teatro y hay odisea.
Marcelo condujo técnicamente al Leeds por dos temporadas consecutivas, hasta ahora. Como un aficionado compulsivo a los partidos que disputó, los vi a todos, desde los lugares más imposibles que quepa imaginar. Desde esta óptica, noto algunas diferencias entre el equipo que arañó el ascenso durante el campeonato anterior y el que lo consiguió este año.
Un juego con tantas variantes exige a un director que sepa de todas y sea capaz de administrarlas con resultados colectivos. Marcelo, como Robinson Crusoe, escribe la biografía personal de sus equipos en soledad, aunque esté destinada a las grandes multitudes.
El Leeds perdió algunos intérpretes importantes respecto de la temporada anterior: Samu Saiz, un mediocentro ofensivo vertical; Kemar Roofe, centro delantero infatigable; Pontus Jansson, un defensor sub-30 de 1 metro 94, serio y sólido. A ello hay que sumarle a Adam Forshaw, herido en combate desde febrero de 2020.
No era poca merma. Marcelo y el club los substituyeron: a Jansson con Ben White, a Roofe con Patrick Bamford, y a Samu con algunas variantes tácticas, entre ellas una nueva posición no fija para un grandísimo jugador, Pablo Hernández, que no siempre fue interior izquierdo y que en el Leeds actual lo es de a ratos.
Sin embargo, los nuevos jugadores y la experiencia del torneo anterior, hicieron que Marcelo pensara en un Leeds recargado. El deté no cambió de género, porque un escritor de aventuras hace eso: narra aventuras. Una vez escuché a un periodista inglés decir: “si le gusta lo dramático, no se olvide de que esta noche juega Leeds”. Pero en la nueva entrega modificó el largo de los capítulos, la densidad del estilo, la caracterización de los personajes.
Sin apartarse de su línea narrativa, subdividió los tiempos en circunstancias puntuales de cada partido. Que Luke Ayling vaya de extremo a extremo del terreno contra el Swansea, como prólogo al gol agónico que terminó en triunfo de Leeds, no es sólo un prodigio de condición atlética, sino una lectura correcta del momento del rival y del lance.
Que el último ataque, sobre el cierre, contra el Barnsley, haya mostrado a seis jugadores lanzados al unísono, lo mismo. Podría decirse que el autor, alteró el ritmo de su obra. El estilo también fue medularmente el mismo, aunque hay que decir que incorporó recursos expresivos que tenía en menor cantidad. Por ejemplo, existe la presión de frente y también la que ejerce el delantero que persigue a quien lleva la pelota desde atrás, sin cometer infracción. El número de jugadas interrumpidas al contrincante por esa vía fue mucho mayor que en la temporada pasada. Hay que trabajarlo mucho, porque el arte consiste en no perder de vista el balón, pero al mismo tiempo encontrar el lugar donde poner la pierna para tocarlo, en un momento preciso.
Salvo en contadas excepciones, en las que el equipo se fracturó (el segundo tiempo contra el Barnsley), las marejadas con las que Leeds avanzó y retrocedió, grado 3 en la escala de Douglas, fueron más homogéneas y constantes. Por eso es que nunca escuché tanto al relator decir con entusiasmo “un momento macizo, sólido, consistente” del Leeds (“a massive moment for Leeds”).
En cuanto a la caracterización y complejidad de los intérpretes de esta última entrega del narrador de fútbol en movimiento, Marcelo Bielsa, es innegable el crecimiento cuantitativo y cualitativo de White, recién incorporado; de Phillips -ubicuo, exacto en las coberturas, aplomado-; de Hélder Costa (un zurdo por derecha, que no usaba la pierna diestra e incorporó ese registro); de Bamford -que sumó una notoria generosidad táctica a sus condiciones técnicas-; y de Harrison, cuyo dominio de la pelota en un solo movimiento que resuelve tres incógnitas (control, posesión y alternativa de pase) es gratificante para los que admiran las contorsiones corporales y para los que quieren que Leeds haga un gol.
Hernández fue el gran jugador que es, aunque su función fue ligeramente diferente a la anterior: pasó a transitar la cancha a veces lateralmente, buscando vacíos para habilitar al hueco, pisando más el área.
El equipo ganó en autoridad sin abusos de poder: fue más respetable para los rivales sin prepotencia ni tiranía, con el poder de la mayor velocidad, más resistencia, mejor interpretación del juego, variantes inacabables, como las triangulaciones ofensivas en los dos vértices del área contraria y astucia.
La inteligencia, según Robinson Crusoe (que por cierto, como Leeds, era de York), es la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas. El final del torneo nos deparó todavía una sorpresa: el azar, rival al que Marcelo trata de neutralizar, por una vez sintió cierto enamoramiento por el coach y le dio respiro.
La victoria in extremis contra el Swansea, el gol en contra del Barnsley, y las derrotas del Albion y del Brentford abrieron sobrenaturalmente las puertas del cielo y Leeds festejó. Dice el Eclesiastés: “hay un tiempo para llorar, y un tiempo para reír”. Éste es para reír; ya llegará el de haber reído. Será cuando tengamos la nueva novela de aventuras de Marcelo Bielsa ante los ojos. Nuestro Robinson Crusoe.
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