Rompiendo drásticamente con una de las máximas del cine de terror, que insta a mantener la intriga apostando por sugerir y no mostrar; Rupert Wyatt nos presenta con todo lujo de detalles a una de las criaturas antagonistas de ‘Nación cautiva’ en la primera escena de la película. Una decisión que, más allá de su del impacto inicial para captar la atención del respetable, es toda una declaración de intenciones.

Y es que, pese a su premisa, que incluye una invasión interplanetaria a gran escala, los extraterrestres no se encuentran en el núcleo narrativo de lo nuevo del director de ‘El origen del planeta de los simios’. En su lugar, actúan como catalizador para dar forma a una nueva muestra de ciencia ficción con gran voluntad política, más próxima al thriller contenido que a la guerra galáctica de rigor.

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A pesar de atesorar un gran número de buenas ideas, y contar con una sólida base para construirlas, ‘Nación cautiva’ no consigue complementar sus terroríficas lecturas con un relato a la altura de las circunstancias; limitándose a pasar de puntillas por una historia mucho más densa e interesante de lo que ha terminado reflejándose en pantalla.

Revolución atropellada

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Es complicado no quedar clavado en la butaca una vez han concluido los expositivos títulos de crédito iniciales de ‘Nación cautiva’. En ellos, se explica en pocos minutos el statu quo del planeta Tierra —y más concretamente de Estados Unidos— nueve años después de la llegada de una raza alienígena que gobierna con puño de hierro, apoyada por colaboracionistas humanos, lo que ahora es un estado neofascista.

Este punto de partida deriva en una interesantísima visión sobre el totalitarismo y la deriva de la situación sociopolítica actual —incluyendo un fuente componente racial— en algunas zonas del mundo y que, pese a no estar inspirada directamente en ella, funciona como un perfecto y relevante reflejo de la Norteamérica de Donald Trump.

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Tomando como referentes declarados por el propio Wyatt títulos como ‘El ejército de las sombras’ o ‘La batalla de Argel’, ‘Nación Cautiva’ centra su trama en la lucha contra este sistema corrupto y las fuerzas de ocupación. Lamentablemente, los escasos 109 minutos de metraje de la cinta no son suficientes para desarrollar con propiedad una intriga contada superficialmente, de forma atropellada y algo confusa.

A estro debe sumarse la dificultad para conectar e identificarse con un surtido de personajes a los que se trata como simples peones dentro de la estructura de la resistencia; una decisión que merma sus personalidades y que transforma al espectador en un simple observador pasivo que podría caer fácilmente en los terrenos del aburrimiento ante la falta de emoción.

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De haber mimado a sus protagonistas y dejado respirar más la narrativa, ‘Nación cautiva’ hubiese logrado hacer aún más contundente su su esperanzador —y, aún así, aterrador— discurso. Por desgracia, sólo queda aferrarse a un reparto solvente y a un lúcido diseño de producción dentro de la modestia del proyecto —de tan sólo 25 millones de presupuesto— para recomendar un largometraje que pide a gritos ser replanteado como una miniserie de varias horas de duración.