La batalla por Alepo terminó con la rendición de la oposición y con la parte sur de la ciudad destruida.
Nicolás Machi tiene 46 años, nació en la ciudad de Buenos Aires, trabaja en la Cruz Roja Internacional (CICR) y, en plena pandemia y con la guerra aún sin resolver, decidió instalarse en Alepo, la ciudad siria que antes de los combates era la más grande y poblada del país, para fabricar prótesis para los heridos.
“Creo que normalmente la gente necesita poder recuperar alguna forma de normalidad, parte del proceso de seguir adelante después de haber vivido lo que han vivido”, reflexionó Machi en una conversación telefónica con Télam.
Nicolás llegó a Siria en julio de 2020, pero ya había estado en la ciudad iraquí de Mosul, la que fuera la capital de facto de la milicia radical Estado Islámico (EI) en 2017; y aunque asegura que el EI no tuvo el mismo efecto en Alepo que en Mosul, admite que la ciudad fue devastada.
“El 80% de la ciudad fue destruida. Hay barrios en lo que no ves ni una pared de pie. Depende del barrio, algunos están completamente deshabitados, pero hay otros en los que los edificios quedaron parcialmente destruidos y la gente que pudo regresar se las arregla para poder restablecerse”, relató.
“La población tiene otros problemas, no tienen conciencia de la pandemia, ni los recursos para estar preocupándose””
Nicolás Machi
Entre 2012 y 2018, el Ejército sirio, apoyado por Rusia, la milicia libanesa Hezbollah y militantes chiitas aliados, combatieron contra la oposición armada siria y contra grupos islamistas -locales y extranjeros- en la que se conoció como “la madre de las batallas”.
La batalla terminó con la rendición de la oposición -cuyos combatientes fueron trasladados a la ciudad de Idlib, uno de los últimos bastiones que hoy conservan- y con la parte sur de la ciudad destruida.
“Donde estaban las fuerzas sirias, los barrios no fueron bombardeados. Hay barrios que no fueron afectados para nada”, explicó Machi.
Sin embargo, los falta de agua y electricidad es algo que ocurre en toda la ciudad porque toda esa infraestructura quedó dañada.
“En toda la ciudad hay falta de agua y electricidad, nosotros tenemos generadores, podemos mantener el centro de rehabilitación abierto, pero la mayoría de la gente quizás tenga electricidad unas pocas horas”, narró.
El trabajador humanitario argentino reconoció que con la llegada de la pandemia “todo es más complicado”, pero destacó: “La población tiene otros problemas, no tienen conciencia de la pandemia, ni los recursos para estar preocupándose”.
En su trabajo, por ejemplo, la mayoría de los insumos que necesita para fabricar las prótesis son importados. “Hay algunas cosas básicas que se consiguen en Siria”, pero casi todo se trae de otros países, explicó.
El centro de rehabilitación tiene su parte de ortopedia y también una parte de fisioterapia, donde las personas reciben el tratamiento que ofrece el personal de CICR y de la Media Luna Roja Siria (SIRC), esta última una organización local.
“Trabajamos con ellos (SIRC) para apoyarlos, para desarrollar sus servicios. Porque se supone que no estamos aquí a largo plazo, estamos para tratar de mejorar la situación, mejorar los servicios y, en algún momento, salir y dejar el sistema funcionando”, explicó Nicolás, quien planea irse pronto a la ciudad siria de Homs, otra urbe devastada por los combates, a trabajar en un centro gestionado por el Departamento de Salud.
En su opinión, las autoridades sirias los “toleran” porque necesitan lo que les ofrecen dado que no tienen o no asignan recursos propios para encargarse de muchas de las necesidades de la población.
Tanto él como sus compañeros de trabajo pueden moverse por la ciudad libremente, aunque siempre deben pedir permiso.
“En Alepo podemos movernos casi sin restricciones, hay varios restaurantes donde podemos ir, inclusive a comer afuera”, contó Machi en un español que no parece nativo, aunque admite que cada vez que vuelve a la Argentina, de donde se exilió tras la muerte de su padre, en 1977, también le vuelve el acento.