En
un
momento
especialmente
crítico
para
el
cine
original
y
que
no
necesariamente
es
un
blockbuster
de
200
millones
de
dólares
en
presupuesto,
‘Los
pecadores’
se
ha
revelado
como
la
gran
y
necesaria
sorpresa
para
las
carteleras.
Una
película
de
terror
grande,
pero
personal,
que
no
tiene
miedo
en
explorar
inquietudes
adultas
como
las
tensiones
raciales
o
la
sexualidad
a
través
del
formato
del
género.
Ryan
Coogler
demuestra
ser
cineasta
grande
más
allá
de
los
confines
de
la
propiedad
intelectual
de
‘Creed’
y
Marvel,
apostando
por
una
épica
propuesta
donde
los
vampiros
y
el
cine
de
época
crean
una
colisión
sensacional.
Consigue
también
una
obra
llena
de
ideas
de
las
que
vale
la
pena
indagar
y
lanzar
interpretaciones,
pero
varias
de
las
más
sugerentes
están
justo
en
lo
que
lleva
a
‘Los
pecadores’
más
allá
de
ser
un
efectivo
trabajo
de
terror:
lo
musical.
A
partir
de
aquí
spoilers
de
‘Los
pecadores’
Cómo
se
despliega
el
género
en
la
estructura
de
la
película
nos
hace
pensar
en
clásicos
como
‘Abierto
hasta
el
amanecer’,
aunque
esta
acaba
encontrando
sus
puntos
de
inflexión
casi
como
una
película
musical.
La
cinta
abre
con
un
rezo
gospel
y
acaba
con
una
exhalación
en
forma
de
blues
eléctrico,
ofreciendo
en
el
camino
momentos
de
conexión
entre
los
personajes
a
través
de
la
música
tradicional,
desde
el
blues
más
desnudo
sostenido
con
una
guitarra
y
una
voz
hasta
los
bailes
y
cantos
irlandeses
que
ejecuta
la
comuna
vampírica
que
da
de
por
sí
para
múltiples
interpretaciones.
Pero
la
más
interesante
de
todas,
que
compite
incluso
para
ser
considerada
la
mejor
escena
de
lo
que
llevamos
de
curso
cinematográfico,
traza
puentes
con
el
pasado
y
en
el
futuro.
La
película
introduce
en
su
prólogo
la
idea
de
tocar
música
como
método
de
invocación
de
espíritus,
además
de
cómo
vía
para
crear
comunidad
al
exorcizar
el
dolor
o
la
miseria
a
través
del
baile
y
la
euforia.
Motivo
por
el
cuál
el
argumento
consiste
en
montar
un
club
de
blues
clandestino
solo
para
los
trabajadores
negros
de
los
pueblos
del
Delta
del
Mississippi,
incluyendo
los
que
recogen
algodón.
Un
espacio
seguro
donde
poder
sentirse,
puntualmente,
en
libertad
y
en
éxtasis
a
través
de
una
cultura
compartida.
El
blues
tiene
sus
raíces
justo
en
contextos
como
este,
sirviendo
junto
al
gospel
como
expresiones
artísticas
desde
las
que
rebelarse
de
sus
duras
experiencias.
Una
de
las
secuencias
cruciales
es
el
concierto
donde
“el
hijo
del
predicador”
va
a
interpretar
esta
música
con
su
guitarra
y
su
prodigiosa
voz
dentro
del
granero
convertido
en
club
nocturno.
La
conjura
de
‘Los
pecadores’

Es
ahí
cuando
Coogler
y
sus
colaboradores
clave,
como
el
compositor
Ludwig
Göransson
y
la
directora
de
fotografía
Autumn
Durald
Arkapaw,
se
lucen
en
un
increíble
arrebato
surrealista
que
rompe
la
linealidad
del
relato
para
plegar
el
tiempo.
Es
un
espectacular
despliegue
visual
y
sonoro
vemos
como
al
músico
de
blues
le
acompaña
también
músicos
del
futuro,
desde
un
guitarrista
funk
hasta
DJs
de
hip
hop
con
atuendos
estrafalarios,
y
también
bailarinas
de
música
tradicional
asiática.
Una
especie
de
conjura
de
la
historia
de
la
música
que
desata
el
disfrute
máximo.
Lejos
de
ser
capricho,
el
cineasta
incluye
en
esta
mezcla
géneros
ligados
principalmente
a
la
cultura
afroamericana
que
también
nacieron
en
la
clandestinidad
antes
de
volverse
masivos
para
una
industria
musical
que
posteriormente
los
expolió.
Ya
fuera
en
las
calles
o
en
los
edificios
de
los
guetos,
el
funk
y
el
hip
hop
cumplieron
en
su
momento
el
mismo
papel
que
cumple
en
la
película
el
blues.
Coogler
traza
así
puentes
intergeneracionales
para
hacer
una
exaltación
de
su
comunidad
y
su
cultura,
pero
también
forja
un
potente
relato
sobre
el
poder
de
la
música
como
elemento
vertebrador
e
incluso
religioso.
Sólo
podría
haber
redondeado
más
la
jugada
si
metía
a
músicos
de
hardcore
punk
de
Washington.
Es
un
despliegue
único
y
atrevido
que
consigue
quedar
de
fábula,
mostrando
en
qué
punto
está
Coogler
como
creador
de
espectáculo
y
también
elaborador
de
ideas.
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